viernes, 14 de junio de 2013

Fuera del mundo


Fuera del mundo

Cuanto nosotros somos y tenemos
forma un curso que va a su desenlace:
la pérdida total.
                         No es un fracaso.
Es el término justo de una Historia,
Historia sabiamente organizada.
Si naces, morirás. ¿De qué te quejas?
Sean los dioses, ellos, inmortales.

Naturalmente que, por fin, decline y me consuma.
Haya muerte serena entre los míos.
Algún día ─¿tal vez penosamente?─
me dormiré tranquilo, sosegado.
No me despertaré por la mañana
ni por la tarde. ¿Nunca?
¿Monstruo sin cuerpo yo?
                                          Se cumpla el orden.
No te entristezca el muerto solitario.
En esa soledad no está, no existe.
Nadie en los cementerios.
¡Qué solas se quedan las tumbas!

Jorge Guillén | Final, 1981

Cada vez me gusta más la poesía de Jorge Guillén. Reconozco que tardé en descubrirla, pues siempre me había parecido un poeta demasiado abstracto e incómodo de leer. Ahora, en cambio, cada vez que me acerco a uno de sus textos, me entusiasma su aparente sencillez formal: la precisión de sus palabras, que enuncian con contundencia verdades conocidas (y olvidadas), como ocurre en este poema. Poesía meditativa. Tono clásico. Guillén habla de la muerte sin dramatismo, aceptándola como un elemento más, inevitable, del orden natural. Cargada de dramatismos y sombras fantasmagóricas estaba, en cambio, la muerte en Bécquer ("¡Dios mío, qué solos / se quedan los muertos!"), al que Guillén rinde homenaje en el último verso llevándole, poéticamente, la contraria.    

Este sentido de aceptación de la muerte lo encontramos tambíén en Juan Ramón, para quien la muerte se convierte, en su búsqueda de la totalidad, en algo necesario: la mitad de sombra que completará esa mitad de luz que es la vida. Nos lo explica en este otro poema, lleno de profundo lirismo:

Cénit

Yo no seré yo, muerte,
hasta que tú te unas con mi vida
y me completes así todo;
hasta que mi mitad de luz se cierre
con mi mitad de sombra,
—y sea yo equilibrio eterno
en la mente del mundo:
unas veces, mi medio yo, radiante;
otras, mi otro medio yo, en olvido.—

Yo no seré yo, muerte,
hasta que tú, en tu turno, vistas
de huesos pálidos mi alma

Juan Ramón Jiménez | Belleza, 1923

Y, por supuesto, en Jorge Manrique, que acaba su conocida elegía con la aceptación cristiana de la muerte por parte del caballero, rodeado de sus familiares:

"Non tengamos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
e consiento en mi morir
con voluntad plazentera,
clara e pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
es locura."  [...]

Assí, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos e hermanos
e criados,
dio el alma a quien gela dio
(el cual la ponga en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dexónos harto consuelo
su memoria.

Jorge Manrique | Coplas a la muerte de su padre, siglo XV

Sencillez formal, profundidad de pensamiento. Aceptación de la muerte en virtud del inevitable orden natural o de la búsqueda de la plenitud (forma suprema de la Belleza) o de una idea cristiana de la vida. Poesía, aparentemente abstracta, que nos habla sin apenas retórica de verdades desnudas. 

El hermoso río con puente de piedra que abre la entrada fue pintado por el impresionista noruego Frits Thaulow (1847-1906).

2 comentarios:

  1. La muerte, tan familiar y tan odiada.
    Salu2.

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  2. La muerte, al fin y al cabo inevitable. Ojalá a todos nos llegara estando bien aunque arrugados, tan arrugados que simplemente nos consumiéramos el día que nos tocara y ya está. Sería mucho más sencillo aceptarla. Me ha gustado mucho tu elaborada entrada. Rocío

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