miércoles, 16 de noviembre de 2022

La casa de mis sueños


¿Has soñado alguna vez con casas en las que nunca has estado? Yo sí, es algo que me pasa a menudo. Algunas puedo recordarlas con mucho detalle, como si hubiera vivido en ellas. Quizá sea así. 

Digamos que una tarde me encuentro solo, sentado en el sillón, un libro sobre la mesa y, a mi espalda, unos visillos movidos por el viento. Hay una ventana abierta. Todo parece tranquilo, quizá demasiado. En mi sueño, soy consciente de una disonancia. Un pasillo nuevo. ¿Cómo no me he dado cuenta antes? 

Es entonces cuando el sueño se pone interesante, pues ni durmiendo puedo resistirme a averiguar adónde conduce el corredor, más allá de al difuso deseo de cruzar una puerta. Paso al otro lado. La incertidumbre se convierte pronto en evidencia: ya he estado aquí. No sé cuándo, quizá en un rincón perdido de otro sueño. Todo parece ruinoso. Es la misma casa y es otra más real. Sus dimensiones, sus ventanas y esa débil consistencia del techo, que amenaza con descargar sobre nosotros (ya no estoy solo) maderas y yeso, me inquietan. Viejos retratos de familia llenos de ojos. Prendas de vestir de otro tiempo. Un vaso de agua olvidado. Un cuaderno que no debo leer. Un gran hueco en la pared junto a libros amontonados. 

Asomo la cabeza y miro con precaución a la izquierda. Tuberías, infinita oscuridad de túnel y olor a metro. Mientras escribo estas palabras, siento miedo.

viernes, 12 de agosto de 2022

Aunque es de noche


Hace unos meses leí en El huerto de Emerson (Luis Landero, 2021) unas palabras de Proust que me tuvieron un buen rato pensando y me gustaron tanto que tuve que anotarlas en mi cuadernillo secreto de citas. Cuenta Landero que hablaba Proust de «la oscuridad que está en nosotros». 

El propio Landero, en el magnífico libro antes citado, lectura imprescindible para cualquier amante de la literatura y la vida, nos decía:
Cuando uno no sabe qué escribir, cuando la imaginación flaquea, cuando el alma se apaga y se embrutecen los sentidos, y cuando aun así uno siente la necesidad de escribir, siempre queda la posibilidad de abandonarse a los recuerdos. En nuestro pasado está todo lo que necesitamos para encender el fuego de la inspiración. Hasta la fantasía tiene su casa en la memoria. No escribas lo que sientes, escribe lo que recuerdas y dirás la verdad, como decía no recuerdo quién.
Los recuerdos, la oscuridad, la memoria.

Al hilo de todo esto, he recordado un poema compuesto por San Juan de la Cruz hacia 1578, un poema que parece menor comparado con los tres grandes, pero que tiene una profundidad sorprendente a poco que se lea con cuidado. Si alguien sabe de oscuridad interior y de iluminación es él. El simbolismo es tan sugerente que podemos aplicarlo a muchos aspectos de la realidad, por ejemplo a lo literario, al enigma de la creación literaria. El poema, que reproduzco completo pese a su extensión (no me atrevería a acortarlo), nos confiesa:
Que bien sé yo la fonte que mana y corre,
aunque es de noche.

Aquella eterna fonte está escondida,
que bien sé yo do tiene su manida,
aunque es de noche.

Su origen no lo sé, pues no le tiene,
más sé que todo origen della viene,
aunque es de noche.

Sé que no puede ser cosa tan bella,
y que cielos y tierra beben della,
aunque es de noche.

Bien sé que suelo en ella no se halla,
y que ninguno puede vadealla,
aunque es de noche.

Su claridad nunca es oscurecida,
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche.

Sé ser tan caudalosos sus corrientes,
que infiernos, cielos riegan y las gentes,
aunque es de noche.

El corriente que nace de esta fuente
bien sé que es tan capaz y omnipotente,
aunque es de noche.

El corriente que de estas dos procede
sé que ninguna de ellas le precede,
aunque es de noche.

Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a escuras,
porque es de noche.

Aquesta viva fuente que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche.
Este largo exordio es para recordarme a mí mismo que La melancolía de los ríos, que inició su curso hace ya muchos años siendo una fontanilla de agua clara, seguirá fluyendo. Nunca ha estado seca. Un río melancólico, reflexivo, de curso lento. Sus aguas reposadas se alimentan de recuerdos, lecturas y palabras. A veces, en sus orillas se acumulan las ovas y al verano le gusta remansar su luz entre las piedras y llegar al fondo. Otras, su escaso caudal se acelera brioso y el arroyuelo se regocija entre los guijarros y, con algo de suerte, una trucha se aposta en lo más puro del agua y espera la presa. Todo es espera. Siempre. Nuestra lucha es contra el tiempo. Por eso, estas palabras encadenadas y repensadas ayudan a sacar «la oscuridad que está en nosotros». Que la luz estival ilumine los cantos rodados del fondo y, del fango removido por la escritura, emerja lo que fuimos. Aunque sea de noche.