Los libros están llenos de personajes que leen. Me gusta seguir sus rastros.
En La niña de plata, deliciosa comedia de Lope, quizá algo irregular en su tramo final, encontré hace poco uno de esos rastros. La acción se desarrolla en Sevilla, donde vive Dorotea, una joven doncella "discreta y virtuosa, que lo menos que tiene es ser hermosa", enamorada de don Juan. La llegada a la ciudad del infante don Enrique, que se prenda al instante de ella e intenta conseguirla por cualquier medio, va a provocar el enredo. Se suceden celos, equívocos, confusión de identidades y casas, desconfianzas, cortejos nocturnos entre sombras y enamorados fantoches que cambian de amor como de espada. No falta ni el moro astrólogo, de nombre Zulema, que predice el futuro del Infante. Pero por encima de todos destaca Dorotea, inteligente, ingeniosa, dueña de sus sentimientos y de su capacidad de decisión, frustrada en algunas ocasiones. Personajes femeninos fuertes como los de La dama boba o La viuda valenciana, obras con las que guarda cierta similitud en algunos aspectos.
No faltan tampoco los delicados versos de amor de Lope:
Que no hay remedio en mis daños,
fuera de unos bellos ojos,
fuera de unos blancos brazos.
O este hermoso soneto que envía Dorotea en una carta a don Juan, reprochándole la inconsistencia de su amor y afirmando el suyo propio, libre de cualquier titubeo:
Ingrato dueño mío, aunque pretendas
matarme con rigores y desdenes,
y sin oír las partes me condenes,
quiero que mi verdad y amor entiendas.
Mas no es razón que sin razón me ofendas;
y pues en otros gustos te entretienes,
y de mi honor mayores prendas tienes,
triunfa también desas humildes prendas.
Cesen, por vida mía, los enojos,
que príncipes conmigo son quimera,
sueño del gusto, engaño de los ojos.
Y cuando como piensas los rindiera,
¿qué pierdes en tenellos por despojos,
pues a tus pies con ellos me pusiera?
Pero el rastro al que me refería antes es otro. Estamos al final del acto I. El infante don Enrique intenta acercarse a Dorotea y para ello se acerca con intención a su hermano Félix, que, sorprendido ante ciertas alabanzas, que cree nacidas de la confusión, contesta con humildad:
Pienso que hay otro Félix en Sevilla;
que yo, señor, ni sé ni tengo gusto
de caballos ni potros; que muriendo
mis padres, y harto pobres por fianzas,
dejaron una hija casi en pelo
en el pesebre humilde de mi casa,
que con necesidad y honor se cría
debajo del amparo de su tía.
Otro debe de ser del nombre mío
el que tiene ese potro y que conoce
de caballos, señor; que yo sólo tengo
esto que os digo y veinte o treinta libros,
a que soy en extremo aficionado;
que un pobre en ellos halla sus jardines,
sus casas, sus caballos y sus galas.
Libros. Jardines, casas, caballos y galas del pobre. Jardines que cultivó Lope con esmero, como el huerto que todavía hoy en pleno centro de Madrid es el alma de su casa, convertida en museo. Seguro que fueron más de veinte o treinta los libros a los que fue "en extremo aficionado". Lecturas y escrituras desatadas. Pasear bajo los naranjos, entre hiedras, junto al pozo, es recuperar por un instante el latido de una mañana de 1600 y algo. "Mi casilla, mi quietud, mi güertecillo y mi estudio". Fueron las palabras con que describió Lope el lugar donde vivió los veinticinco últimos años de su vida.
Si yo tuviera el ingenio de Lope (o de sus negros), eso mismo diría.
ResponderEliminarMe encanta.
Hoy todo el mundo habla de Zafón y compañía, pero los clásicos...