Junio abre y cierra puertas. Me gustan estos meses de transición que delimitan nuestras costumbres, que dividen el año en dos. Y junio, creo, lo hace mucho mejor que enero. En junio cerramos el ciclo del estudio, pues siempre será, ante todo, el mes de los exámenes. No importa tu edad, ni tu estado de ánimo. Siempre habrá algo de lo que tengas que examinarte antes del verano: de Selectividad, de oposiciones, de autoescuela, de conciencia o de la vida. Exámenes finales, noches sin dormir que, recordadas, acaban siendo, pese a los agobios del momento, muy gratas. Noches de flexo y ventana abierta. De iniciación en los placeres del café, que ya te acompañarán para siempre. De inseguridades y certezas. De obstáculos que te parecen insuperables, pero te ofrecen, allá lejos aún, un horizonte despejado.
Junio es para mí, además, el mes de los saltajuanicos. Mi abuela, natural de Porcuna, llamaba saltajuanicos a unos pequeños insectos, negros y saltarines, que tenían la curiosa costumbre de estrellarse ruidosamente contra el flexo, mientras tú, aplicado, intentabas descifrar los secretos de la Historia o de la Aritmética. Sus saltos eran mucho más acrobáticos e interesantes que las páginas de tu libro, que acababa convirtiéndose en trampa mortal para muchos de ellos. Llegaban en abundancia una noche, atraídos por la luz, y a los pocos días desaparecían sin más. Siempre he pensado que el nombre debía de ser una falsa etimología, mezcla quizá de sanjuanicos (por aquello de la noche de San Juan, tal día como hoy) y del hecho de saltar. Si así fuera, el nombre es todo un hallazgo popular. Hace tiempo que no los veo, pero todos los años me acuerdo de ellos.
Y cada año me acuerdo también de este poema de Jaime Gil de Biedma, dedicado a Luis Cernuda, del que he tomado el título para esta entrada:
Noches del mes de junio
Alguna vez recuerdo
ciertas noches de junio de aquel año,
casi borrosas, de mi adolescencia
era en mil novecientos me parece
cuarenta y nueve)
porque en ese mes
sentía siempre una inquietud, una angustia pequeña
lo mismo que el calor que empezaba,
nada más
que la especial sonoridad del aire
y una disposición vagamente afectiva.
Eran las noches incurables
y la calentura.
Las altas horas de estudiante solo
y el libro intempestivo
junto al balcón abierto de par en par (la calle
recién regada desaparecía
abajo, entre el follaje iluminado)
sin un alma que llevar a la boca.
Cuántas veces me acuerdo
de vosotras, lejanas
noches del mes de junio, cuántas veces
me saltaron las lágrimas, las lágrimas
por ser más que un hombre, cuánto quise
morir
o soñé con venderme al diablo,
que nunca me escuchó.
Pero también
la vida nos sujeta porque precisamente
no es como la esperábamos.
Jaime Gil de Biedma | Compañeros de viaje | 1959
La vida nos sujeta porque no es como la esperábamos.
Y, una vez cerradas las puertas del estudio, llega el tiempo de las recompensas, de abrir de par en par las puertas de ese inmenso corralón que conecta directamente con nuestra infancia, que es el verano. Olor a cloro. Lecturas sin límite de tiempo, tumbado en la cama. Estar más allá del muro o en el corazón de África y que las cortinas de tu cuarto te rocen con placer los pies desnudos. Siestas de filatelia y tebeos Marvel, tendido en el suelo, buscando el rincón más fresco de la casa. Es uno de los placeres que perdemos los adultos, el de observar el mundo desde abajo.
Y qué agradable el campo en estos días finales de junio (sí, a pesar del calor) en que aún conserva su esplendor y falta mucho (muchísimo) para agosto. Carpas y barbos. Jardín recién regado, noches de dompedros, conversación, cerveza helada, alguna buena película y un libro siempre medio abierto.
Feliz verano.
ResponderEliminarSalu2.
Medio abierto tenía el libro que he empezado hoy a leer: "Dioses Celtas" de Vivian Fields, los druidas denominaban los meses según el árbol que florecía o fructificaba en la época correspondiente, les salían trece meses, "Duir" era el que más días de Junio tenía (del 10 de junio al 7 de julio) y su árbol asociado era el roble.
ResponderEliminarMe gustó mucho e invadió también de recuerdos la entrada.
Saludos cordiales
Dyhego, que el verano sea largo y lleno de pequeños placeres. Y a disfrutar estos días finales de junio. Un saludo.
ResponderEliminarEduardo, muy interesante lo que cuentas sobre los meses celtas y, en concreto, sobre Duir y su asociación con el roble. Siempre me ha gustado el mundo celta, aunque mi conocimiento es muy parcial y desordenado. Me alegro de que la entrada te haya traído recuerdos. A mí el mes de junio me los trae siempre. Saludos.
ResponderEliminarQué entrada más hermosa...
ResponderEliminarCreo que no todo el mundo contempla las mismas cosas del mismo modo que deberíamos; desde abajo, como bien dices. Es por ello que nos avasallamos con nuestras propias quejas y barreras, habiendo cerrado a cal y canto la mente, pudiendo ver un sol que nos trae luz, en vez de un maldito astro que nos aturde en esta estación.
Espero que disfrutes de la recompensa que la propia vida y el esfuerzo invertido, nos hacen merecerla.
Un abrazo.
Un mes que me gusta mucho. Cuando estaba en la Universidad, vivía en un Colegio Mayor y recuerdo aquellas noches largas de estudio con la ventana abierta y aquel olor característico. Mi ventana daba a un jardín precioso y en mi habitación, por la luz del flexo, se colaban unos bichos verdes. Todos aquellos momentos. Ahora junio es distinto, aunque también cargado de exámenes, pero me encanta, es un mes que me parece casi perfecto, por la largura de los días, por la llegada del verano, del descanso, por la sensación que me da.
ResponderEliminarUn saludo :)
¿sabes? mis abuelos eran de por ahí. Cuando era pequeña íbamos a visitarlos, a pasar un mes de vacaciones. Recuerdo que en aquella época, al llegar la noche cada uno cogía su silla y salía a la calle, largas horas conversando los mayores, y nosotros, los niños jugando, sin temor a que pasaran coches, sin temor a que alguien se quejara de nuestros gritos alegres y despreocupados...
ResponderEliminarMe ha encantado leerte.
Yo (que-en-realidad-eres-tú), hemos perdido esa sencillez del niño que disfruta del momento sin complicarse en nada más. Le damos demasiadas vueltas a todo. El verano trae el calor, pero también mucha libertad. Se trata de saber aprovecharla. Un ideal: mirar desde abajo, como el niño que fuimos. Gracias por tus palabras. Un saludo.
ResponderEliminarHécuba, coincido contigo: junio me parece un mes casi perfecto. Es como la promesa de algo que va a empezar y cuyo fin se ve aún muy lejano. Gracias por compartir tus recuerdos, que son similares a los míos. Yo me acuerdo a menudo de aquellas noches de estudiante. Saludos.
ResponderEliminarMadi, qué curioso que tus abuelos fueran de por aquí. Lo que cuentas lo veo tan familiar... En estos pueblos los vecinos, al caer la tarde, sacaban las sillas a la puerta, se quedaban allí charlando hasta las tantas y saludaban a todo el que pasaba por la calle. Algunos siguen haciéndolo. Las puertas de las casas estaban todo el día abiertas y no había más timbre que tu voz anunciando que habías llegado. La aldaba era más decoración que otra cosa. Y, por supuesto, la calle era de los chiquillos, que se recogían en verano muy muy tarde. Mis padres llegaron un verano incluso a sacar la televisión a la puerta para estar un poco más frescos. ¿Cómo se podía ver una serie saludando a todos los que pasaban? Tiempos prehistóricos anteriores al aire acondicionado. Tienen su épica. Un saludo.
ResponderEliminarA mi me encantaban esos veranos, uno de mis tios era el panadero y repartía el pan cada mañana casi a domicilio porque iba con una furgoneta...creo que jamás he notado un olor a pan tan estupendo como aquel.
ResponderEliminarAy Chimi, que me pongo meláncolica!!
Evocadora tu entrada. Sin embargo, junio me trae dolorosos recuerdos y es la entrada del tórrido e insoportable verano, estación a la que le tengo especial inquina y temor, más conforme me hago mayor. No me gusta ese exceso de luz, de calor, de espera: Otoñooooo...
ResponderEliminarla entrada al verano solo como lo cuentas tu es bonito.
ResponderEliminarA mi me agobia muchisimo, sufro estos meses. Y solo provocan en mi la necesidad de dormir y no despertarme hasta el otoño.
si, rarita que es una.
besitos
Gracia, a mí el otoño también me gusta mucho, pero el verano... Le perdono el clima en favor de otras cosas. Dejémoslo en empate técnico.
ResponderEliminarVeroniKa, gracias por tus palabras. Comprendo perfectamente que a muchas personas les agobie el verano. Te aseguro que no estás sola. En mi casa, por ejemplo, hay división de opiniones. Pero el verano me da un espacio de libertad que no tengo en otros momentos del año. Y, con el tiempo, aquí en el Sur, me he ido haciendo resistente al calor. Un saludo.
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