lunes, 18 de febrero de 2013

La ley es como el agua caliente


A poco que nos acerquemos a ellos con algo de tiempo y ciertas dosis de cariño, los clásicos nunca dejarán de sorprendernos. En primer lugar, porque suelen ser mucho más cercanos de lo que pudieran indicar los siglos que han pasado desde su escritura. Y, en segundo lugar, porque son más divertidos de lo que imaginamos.

Gorgojo (Curculio) no está ni mucho menos entre las mejores comedias de Plauto. Se trata de una obra menor, tanto en extensión como en pretensiones, pero es muy divertida, está llena de vida y se lee de un tirón. El punto de partida de su argumento es muy sencillo: Fédromo está enamorado de la joven Planesia, esclava en casa del lenón Capadocio. Ella también lo quiere a él. Como no tiene dinero para rescatarla, Fédromo envía a Gorgojo, su parásito, hasta Caria con el fin de que consiga un préstamo. Mientras esperan su regreso, los encuentros de los enamorados se reducen a algunos escarceos y besos nocturnos, aprovechando la ausencia por enfermedad de Capadocio (pasa la noche encamado en el santuario de Esculapio) y la complicidad de Leena, la vieja guardiana borracha. Hasta aquí puedo contar.

En las páginas de Curculio encontramos el día a día de su tiempo: los banquetes y el hambre, los achaques de las enfermedades cuya curación se confía a los dioses y los amores que consumen cada minuto del pensamiento. El vino y las puertas cerradas que necesitamos imperiosamente abrir. Los anillos perdidos y las familias reencontradas. Esclavos y parásitos. Usureros y alcahuetes. Vidas representadas sobre un escenario que provocan, primero, la risa y, después, la reflexión. Los diálogos son vivos e ingeniosos, llenos de chistes y bromas destinadas a provocar la carcajada del espectador. Los personajes responden a los tipos propios de las comedias latinas:  jóvenes enamorados, esclavos, gorrones, lenones, viejas borrachas, cocineros, usureros y soldados fanfarrones. Especial mención merece, además de Gorgojo (el parásito, el centro de toda la trama), el personaje de Palinuro (esclavo de Fédromo). Palinuro, que se toma muchas confianzas, funciona como contrapunto cómico a los temores y elevadas reflexiones amorosas de su amo Fédromo: 
En realidad no puedo por menos de reprobar la conducta de mi amo. Pues bien está amar un poquito, con sensatez; amar a lo loco no está bien; pero entregarse en cuerpo y alma al amor es una verdadera locura, y esto es lo que hace mi amo.
Incluso quiere saber hasta dónde ha llegado con su amada Planesia:
FÉDROMO.- Por mi parte es tan pura como si fuera mi hermana, a no ser que unos besos hayan mermado algo su pureza.
PALINURO.- No olvides que junto al humo siempre está el fuego. Y es cierto que el humo no quema, pero el fuego sí. El que quiere comerse una nuez, primero rompe la cáscara. El que quiere acostarse con su amiga, despeja el camino con besos.
Palabras que recuerdan las que dice Calisto a Melibea en pleno combate amoroso en el huerto. Ella se queja de que es excesivo con sus manos, de que le quiere quitar la camisa y daña sus vestiduras. Y él, momentos antes tan refinado por el amor cortés, le suelta ahora aquello de:
Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas.
Los ecos de estas comedias llegan lejos. De un modo u otro, están en los pasos de Lope de Rueda y en los de Cervantes. Y en La Celestina, uno de cuyos precedentes es precisamente Leena, la vieja borracha que guarda la puerta de Planesia, a la que consiguen hacer salir regando su puerta con vino. Buen olfato. Recuérdese también el personaje de Centurio, el soldado fanfarrón al que mandan Elicia y Areúsa para que dé un buen "susto" a Calisto como venganza por las muertes de sus amados Pármeno y Sempronio, personaje que tiene ecos claros del Miles gloriosus de Plauto. Y, por supuesto, estos ecos llegan hasta los criados de muchas de las comedias de Shakespeare. Los personajes de La comedia de los errores están sacados directamente de Los Menecmos (Menaechmi), comedia en la que se basó el dramaturgo inglés. 

Y, como toda comedia que se precie, Curculio también tiene su punto de sátira. El viejo Plauto, entre enredo y reencuentro, le da un buen repaso a los banqueros. Se ve que en su época eran tan poco de fiar como en la nuestra:
Es una solemne tontería decir que el dinero confiado en depósito a los banqueros está poco seguro. Yo digo que ni poco ni mucho. Y esto es algo que he podido comprobar bien hoy. No está poco seguro lo que jamás te devuelven. Está completamente perdido.
Y, mientras, ellos, los pobres banqueros, se quejan de lo poco que tienen:
Todos me toman por rico. Acabo de echar unas cuentecillas para saber cuánto dinero tengo y cuánto debo. Soy rico, si no pago a mis acreedores; si les pago, el saldo es negativo. Pero, por Hércules, pensándolo bien, si me acosan demasiado, recurriré al pretor. ¿No es esto lo que hace la mayoría de los banqueros, reclamar el dinero a los demás, no devolvérselo a nadie y resolver el asunto a puñetazos, si alguien viene a reclamar en tono demasiado alto?
Esto me recuerda algo. Ya se sabe: la "pobreza" de los ricos. Habría que aclarar que "recurrir al pretor" suponía declararse en quiebra, en suspensión de pagos, y no satisfacer la deuda contraída. Ahora hablaríamos de ayudas del Estado y de nacionalizaciones. Para lo de "resolver el asunto a puñetazos" se han encontrado métodos menos violentos pero más contundentes. 

Ante tales abusos, Gorgojo exclama indignado:
Vosotros arruináis a los hombres con la usura, ellos con sus provocaciones y sus burdeles. El pueblo ha aprobado infinidad de leyes contra vosotros; pero ley que se aprueba, ley que vosotros os saltáis a la torera; siempre encontráis alguna escapatoria. Para vosotros la ley es como el agua caliente: enseguida se enfría.
¿Podemos decir que los clásicos no son actuales?


Gorgojo (Curculio)
Plauto, hacia 193 a.C.
Letras Universales, Cátedra, Madrid, 2007, 8ª edición
Edición y traducción de José Román Bravo

2 comentarios:

  1. Evidentemente, si son clásicos, es por algo.
    Y los primeros (griegos y romanos) han estudiado y plasmado el alma humana magistralmente. Por algo volvemos a ellos una y otra vez.

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  2. La verdad es que los clásicos siempre me sorprenden. Siempre me resultan más cercanos de lo que esperaba. Allí está todo. Saludos, María Jesús.

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