domingo, 26 de diciembre de 2010
Fotogramas de cinexin
El tiempo tras la comida se remansa. Nadie se levanta de la mesa hasta que no acaba el último. Los mayores hablan, pero tu pensamiento está ya en el montón de piezas de Tente que prometen toda una tarde de diversión. Te gusta seguir las instrucciones de montaje, ver cómo las piezas encajan con exactitud matemática. Huele a anís y, si todos callaran de pronto, cosa que no van a hacer, se oiría el crujir de celofán de los mantecados. Aburrido, te colocas un envoltorio amarillo delante de los ojos. Ahora son de limón, ahora de chocolate. Piden tu opinión sobre algo y asientes. El contacto cálido de las manos de tu padre. Hoy ha vuelto antes del trabajo y quizá juguéis todos esta noche con el cajetón de Juegos Reunidos. Los Reyes Magos se han portado bien. Ahora, mientras repasas viejos recuerdos de otras navidades, te das cuenta de que su mejor regalo fue recargar para siempre tu memoria, crear un espacio desde el que es posible reinventar el pasado. Mitologías infantiles de la Navidad, sin escuela, sin tiempo, difusas, sin fotografías que delimiten sus contornos. Botas mojadas de escarcha. Olor a brasero y a mesa camilla familiar. La zapatilla justiciera de tu madre (seguida siempre de su risa). Orejas heladas. Tu hermano que duerme en la cuna hecho un bendito. La Tortuga D'Artagnan y el león Kimba. Tebeos y más tebeos. Recuerdos que ahora vuelven como fotogramas quebradizos de un cinexin que nadie ha vuelto a proyectar.
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Pues sí, qué recuerdos de infancia, aunque a mí nunca me trajeron los Reyes, ni Santa, un cinexin de esos. Mis recuerdos de vacaciones navideñas casi se reducen al día de la cabalgata de los Reyes Magos (de Oriente, eh), con mi madre algo rezagada porque siempre se le olvidaba "algo" y había que esperarla en la calle con papá. Luego tocaba correr a casa para ver si los hombres sabios sabían qué les habíamos pedido mis hermanas y yo, y si ya lo habían dejado en algún lugar del hogar. La búsqueda siempre estaba rodeada de un halo de misterio misterioso y un gusanillo algo miedoso que nos recorría todo el cuerpo hasta que localizábamos los juguetes, siempre tan bien dispuestos y que casi nunca coincidían con lo que habíamos pedido pero tanto la ilusión como sorpresa eran increíbles.
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