Johannes Jelgerhuis: La librería de Pieter Meijer Warnars, 1820 |
Llevo días intentando poner algo de «orden» en mis montones de libros. Obsérvese que no digo «biblioteca», pues eso implicaría cierta racionalidad horizontal o vertical. No. Yo lo que ordeno son montones inestables, pilas en equilibrio como la vida misma. Y como toda tentativa de orden es siempre desasosegante, me encuentro a la deriva.
Los libros ocupan espacio. Los cómics ocupan espacio. Los vinilos, CD y Blu-ray ocupan espacio. Uno va cumpliendo años y no vive solo. A uno le gustan los libros, los cómics, la música, el cine y otras cosillas, así que en casa tenemos un problema, un problema de espacio. Y de tiempo, pero esa es otra historia.
Llegados a este punto, siempre recuerdo la certera viñeta de Máximo.
Máximo |
Hace algunos años escribí en este blog una entrada titulada «Paraísos», que, releída hoy, me parece ingenuamente optimista. En realidad, suscribo todo lo que decía entonces, pero «el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos» y nada es como ayer, que decía Milanés. Casi por azar —desengáñate, me digo: nada es azaroso— me han llegado en las últimas semanas ecos similares, advertencias sobre la necesidad de «recuperar el espacio perdido», como si los astros se hubieran confabulado para recordarme algo que no quiero admitir.
Leyendo Parte de mí, diario de pandemia de Marta Sanz, me encuentro esta reflexión de la autora al contemplar cómo los libros se amontonan sobre el piano:
«Cuando observo el piano de mi casa, no entiendo muy bien qué ha sucedido. Puede que los libros y otros objetos menos invasores lo hayan colonizado como un moho, porque los libros, como explica con ligereza y sabiduría Jesús Marchamalo en su Tocar los libros tienen la propiedad de apropiarse lentamente del espacio hasta que no te das cuenta y te echan de tu casa. Pese a lo que digan las leyendas populares, no puedes meterte dentro de ellos para quedarte a vivir.»
Tom Gauld |
Por otra parte, asisto atónito y bastante ojiplático a conversaciones en que algunos conocidos, muy lectores, me dicen que se están «pasando a lo digital». Han abandonado el «tendré que ponerle un piso a mis libros» para adoptar un ideal que los hace más libres (quiero decir que les deja más libertad de movimientos en cada habitación). Pero, ¿cómo que te has pasado a lo digital? ¿Qué quieres decir? ¿No compras libros nuevos? ¿Solo lees en el móvil? ¿Qué has hecho con tus lecturas de toda la vida? Si estoy en su casa, compruebo que no mienten: todo ha quedado bien ordenadito. Quizá tenga su encanto ese minimalismo casi japonés.
Y luego está, claro, el problema de la vivienda. Y el de la convivencia. Tu piso no da para más. Y las nuevas viviendas, de precios impagables, están diseñadas, como no podía ser de otro modo, respondiendo a la pauta de los tiempos: dormitorio principal inmenso dotado de inútil vestidor tipo «emperatriz Sissí» y cocina-salón de «concepto abierto» (entre ambos son medio piso). El resto: habitaciones diminutas y sin paredes libres. ¿Aquí dónde va la biblioteca? Creo que los arquitectos también se han pasado a lo digital y ya no hacen las casas que soñábamos.
Quizá el origen sea el apego a lo material, del que ya nos advertían los estoicos. Lo bueno sería comprar un libro, leerlo y deshacerse de él antes de comprar otro. Alguna vez he oído a algún escritor —creo que a Eduardo Mendoza— decir que ese era su ideal, que ya apenas tenía biblioteca. Pero él es un «gamberro» y no sé si habría que tener en cuenta su opinión. Recuerdo también el caso de Alberto Manguel, quien por los traslados tenía la mayor parte de su inmensa biblioteca en cajas. Y así durante años. Lo provisional se hace definitivo. Los montones de libros, una vez constituidos, son muy persistentes.
Disfruté mucho los libros que Jesús Marchamalo dedicó a bibliotecas de escritores conocidos. Siempre imaginé a Luis Alberto de Cuenca, uno de mis poetas favoritos, encontrando en la triple fila de sus estantes un ejemplar perdido que llevaba años sin tener en sus manos. Él lo confirmó hace poco en una tercera de ABC.
Se impone la sensatez, el escrutinio «tranquilo» de la biblioteca. A alguien le oí contar que por cada libro que entraba en su casa tenía que salir otro, máxima que aplicaba también a los amigos. Al final va a resultar que «destruir» es una de las formas posibles de «ordenar».
Me pregunto por el espacio que ocupan los libros y la respuesta solo puede ser una: todo el espacio es suyo, en los estantes y en la vida, si bien es verdad que ahora pueden estar sin existir. Qué paradoja más digital.
Cómo echo de menos el tiempo en que todos mis libros cabían en un solo estante. Eran pocos y bien avenidos, y traían con ellos el tiempo para leerlos. Bendita juventud de tardes inmensas e inacabable placer lector.
Liniers |
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