viernes, 1 de mayo de 2020

Vida y color


En el lavadero donde mi padre guardaba sus herramientas ocurría aquella tarde algo muy extraño. Dentro de una desvencijada caja de cartón, pequeñas gotas metálicas (restos de algún termómetro quebrado) cobraban vida entre arandelas, resistencias, válvulas de radio, cromos olvidados, amianto en hilachas, retorcidos alambres de estaño y aparatos vencidos por el uso, acumulados allí con la reprobación cómplice de mi madre. Surcos lentos del mercurio entre el polvo. Olor a óxido de tornillo. Opacidad imposible de metal. Persistente deseo de hacer, aún hoy, empujándolas con un palito, de varias gotas una sola y luego volverla a separar. Placer infantil de crear y destruir. Sabíamos que era mercurio porque él nos había advertido. No conocíamos aún la tabla periódica. Ni el nombre de los planetas. Ni el peligro. Ni el miedo adulto a la enfermedad.

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