domingo, 8 de diciembre de 2013
Café literario
Como en La melancolía de los ríos somos amantes del buen café y los buenos libros, el otro día, cuando encontré por azar esta ilustración, cuyo autor desconozco, me puse a observarla con detenimiento y curiosidad. Me pareció ingeniosa la idea de sintetizar con humor todo un universo literario en una simple taza de café: una isla, sangre, un reloj, la cucaracha, el infierno. La verdad es que el café y los libros mezclan muy bien.
Esta tarde de diciembre yo tomo café Baroja. Estoy en París, en el París antiguo anterior a la expansión de los bulevares. El Segundo Imperio tiene los días contados. Las tabernas están llenas de conspiradores: anarquistas, revolucionarios, legitimistas, españoles exiliados, bohemios sin futuro y sin obra. El café Baroja es negro, cargado, intenso. Se sirve en taza pequeña y con poca azúcar. Su sabor es algo antiguo, pero muy personal. Cada sorbo evoca multitud de vidas y ambientes que se entrecruzan en la vieja ciudad, ahora en pleno proceso de renovación. Secretos escondidos en un cajón, porteras de edificios oscuros y poco recomendables, callejuelas con nombres llenos de historia. Y tejados, muchos tejados. El café Baroja no es un café sofisticado, pero nunca defrauda. Es tan adictivo que siempre acabas repitiendo. Te lo pide el cuerpo.
Y tú... ¿qué café tomas hoy?
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Yo voy a tomar un Café sutil, es café Villoro. Un abrazo.
ResponderEliminarSoy poco cafetero pero desde luego, una lista de cafés donde falte el café de Cervantes, malo, malo, malo...
ResponderEliminarSalu2.
Un Jane Austen, porfis. ;-)
ResponderEliminarVenga ese café Baroja, amigo Chimista; lo podremos tomar en Viena Capellanes o en “Zalacaín” (tampoco es mal sitio “la venta de Mirambel”) o cuando llegue “la feria de los discretos”. Imaginemos su icono correspondiente en el cartel. Tal vez fuera inconfundible si lo representamos con la silueta de una taza humeante en la que se moja, a modo de bizcocho, una boina de dulce. Me parece ver ya ese café y hasta me llega su olor: café muy negro, de intenso sabor, servido con poco(a) azúcar (lo prefiero con unas gotas de leche, “la sensualidad pervertida”…). Y mientras lo saboreo recuerdo que “las veleidades de fortuna” me acercaron un día a esta melancolía de los ríos en donde ahora alguno de “los pilotos de altura” incita a “los últimos románticos” a no pronunciar jamás el “adiós a la bohemia”, al tiempo que te invita a puro café pío, al duro café Baroja. “El mundo es ansí” (este “gran torbellino del mundo” es así) y en él suceden estas cosas. Como todos “los visionarios”, cuando uno es un “aprendiz de conspirador”, acepta gustoso la invitación y, agradecido, acerca veloz su silla. Merece la ocasión “la busca” de una buena taza, no muy pequeña, y compartir un rato largo de charleta, si es que vuelves del París de los anarquistas o de “la ciudad de la niebla” o acabas de dar por terminada una de aquellas “noches del Buen Retiro”. Si es posible, que se sirva ese café en la alta madrugada, a la espera de que llegue la “aurora (roja)”; la espera se volverá “camino de perfección” para hacerse el encontradizo, con la primeras luces, de “la dama errante”, si es que vuelve, y hay ocasión a “los amores tardíos”. Vayan hasta esos ríos nostálgicos estas “locuras de Carnaval” o modestas “bagatelas de otoño”.
ResponderEliminarElla (“la estrella del capitán Chimista”) te guíe siempre, amigo. Y no falten esas boinas con café bien negro y muy adictivo: café Baroja.
Darío, el café Villoro no lo he probado aún, aunque tengo muy buenas referencias, incluida la tuya. ¿Algún consejo para empezar? Un abrazo.
ResponderEliminarDyhego, lo de no ser buen cafetero es un defecto imperdonable. Menos mal que lo remedias con una elección tan sabia. Ya me imagino a Don Quijote y a Sancho en animosa charla, degustando bajo un árbol un buen café de recuelo. Mientras tanto, Cervantes, sonriendo burlón, se calienta las manos con una taza humeante que huele a gloria y lo consuela del frío de la madrugada y de los sinsabores de la vida. Saludos.
ResponderEliminarGrachan, por supuesto que me apunto al café Austen. Indeed! Pocos tienen un aroma tan delicado. Parece ligerito, pero, cuando lo saboreas, está lleno de matices y de elegante socarronería (bad milk). Y, si no tienen, pues nos tomamos un té. ¿Hay que ir vestido para la ocasión? Un beso.
ResponderEliminarJuan María, querido amigo barojiano, cuánto me alegra compartir contigo ahora mismo este café. Como bien has visto, volvía del París de los anarquistas y los últimos románticos, de empaparme de las tribulaciones de don Fausto Bengoa y su familia. Soy un adicto al café Baroja y vuelvo a él cada cierto tiempo. Algún día, como tú, espero haberlo leído al completo, aunque, de momento, por fortuna, me quedan novelas pendientes. Me encantan las viejas ediciones de Caro Raggio. Tenía dieciocho años cuando leí La busca y no te digo más. Me lo recomendó un viejo marino vasco, medio aventurero, medio soñador, que tenía la cabeza llena de historias y disfrutaba compartiéndolas. Y yo piqué.
ResponderEliminarGracias por tu hermoso y evocador comentario. Ahí está el Baroja que a mí más me gusta. Yo tampoco olvido esas veleidades de la fortuna que te acercaron a este antro. Pero, cata, que amanece, y con la charla me he despistado. Si te parece, podemos calarnos la boina y tomarnos otro café en el Madrid antiguo, junto a las calderas de asfalto de la Puerta del Sol, que hace frío y allí, al menos, encontraremos el consuelo de la charla amigable y los recuerdos compartidos. Un fuerte abrazo, amigo.
... Así que vienes de pasar unos días con don Fausto en esas tragedias grotescas tan divertidas..., ¡qué bien! Nos calaremos la boina, como sugieres y tomaremos esos cafés, cerca de la Puerta del Sol, a la hora en que se cruzan las dos ciudades, la que sale, todavía de noche, a ganarse el jornal y la que vuelve, trasnochadora, de los garitos. Nosotros como Manuel, quisimos ser (y lo somos) "de los que trabajan al sol, no de los que buscan el placer en la sombra". Un abrazo fuerte, Chimista.
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