Como todos los veranos, el niño mira con fascinación el faro. Imagina su interior: vidas desconocidas, tesoros tras una puerta, penumbra, soledad. Escaleras interminables y retorcidas que conducen a la luz, conversaciones en voz baja, humedad que cala los huesos y los sentimientos. Mapas llenos de cifras y escalas, unas gafas olvidadas en una repisa y un barco que se intuye lejano en la oscuridad del mar. Olor a salitre y a óxido. Julio Verne, Joyas Literarias Juveniles, Tintín y Chaland. Persecuciones y besos entrevistos al ritmo de destellos fantasmales en una noche de tormenta. Nunca ha entrado en su interior, pero sabe mejor que nadie todo lo que allí se oculta. Lo imagina cada verano mientras las sombrillas al viento alegran la playa cercana.
Cuando, pasado el tiempo, vuelva allí, el faro le devolverá intacta, convertida ya en nostalgia, aquella mirada infantil que se perdió en el día a día y tan inútilmente ha buscado desde entonces. Un simple destello en la noche, como una voz lejana, le recordará que allí, entonces, el mundo estaba bien hecho y aún era posible la aventura.
Me ha encantado. Qué frase última más definitiva. Un saludo, Rocío
ResponderEliminarEl mundo estaba bien hecho en ese tiempo. Es ahí el instante perfecto. Un abrazo.
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