sábado, 27 de octubre de 2012
Catálogo incompleto de odios cotidianos
Las prisas. El sonido del despertador, aunque imite cantos naturales de pajaritos y rumor de olas. La música más hermosa se convierte en ruido cuando interrumpe tus sueños. La falta de educación. Los que creen que pueden destrozar lo que es de todos. Dormir con los pies helados. El calor excesivo de las calefacciones, que te hace sudar en diciembre. El poder, cada vez mayor, del dinero, visto como un fin en sí mismo y no como un medio. Las fajas publicitarias en los libros. Nada más llegar a casa, las arranco y destrozo. Sería incapaz de leer un libro con una de ellas puesta. El desprecio a la cultura. El oportunismo que se hace pasar por cultura. Que los cines hayan desaparecido en mi ciudad y, para ver una película, tengas que coger el coche. ¡Qué placer pasear después de salir del cine! Las películas (y series) dobladas. La mayoría de los libros que ocupan las mesas de novedades. Si me los regalaran, me quedaría con muy pocos. La velocidad de vértigo de los fines de semana. Que las noches no tengan, ellas solas, veinticuatro horas. Que los políticos no sean capaces de ponerse de acuerdo ni en lo más elemental e imprescindible, aquellos asuntos en que cualquier persona de bien estaría de acuerdo. El olvido del cine clásico en la televisión pública. Cuando te preguntan algo y no escuchan la respuesta. Los automóviles que se pegan detrás, sin respetar la distancia de seguridad, queriendo decirte: soy más chulo, conduzco mejor, de no ser porque te llevo delante, iría a mil. Me cuesta aguantar las ganas de frenar en seco. Soñar con el fin del mundo. La sopa, como a Mafalda. Los que desprecian el cómic porque creen que es cosa de niños y sólo han leído algún Mortadelo en su infancia (o, como mucho, les suena Tintín). La obligación de pasárselo bien cuando (y como) hay que pasárselo bien. Los que creen que acaban de inventar el fútbol y que los demás equipos juegan a otro deporte, inferior, por supuesto, al suyo. La música vacía tipo Operación Triunfo y sus nefastas secuelas. La literatura llena de humo. Que los libros de Jane Austen tengan portadas rosas y estén en la sección de literatura romántica junto a los de Danielle Steel. La publicidad en la radio. No saber más idiomas, incluidos el catalán, el gallego y el euskera. Que potenciemos lo que nos separa y no lo que nos une. Comprar ropa.
Fotografía | Le trio, de Somebody-else.
Etiquetas:
Sobre la felicidad,
Utopías
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Yo añadiría: "Las novelas de Jane Austen y Emily Brontë que llevan las portadas al estilo Crepúsculo y el sello que dice que son las novelas favoritas de Bella y Edward." Puaaaj... Como si no fueran otra cosa.
ResponderEliminarMe ha encantado tu blog, una maravilla.
Un beso.
Creo que lo firmaría sin pensarlo y con los ojos cerrados. Sobre todo comprar ropa y exceptuando a la sopa...
ResponderEliminarSí, littleEmily, eso también. ¡Vaya portaditas les ponen! Menos mal que tanto Jane Austen como Emily Brontë resisten estupendamente las malas compañías forzadas. Un beso.
ResponderEliminarDarío, pues coincidimos plenamente. Tener que comprar ropa ocupa un lugar preferente en la lista de mis actividades nás odiadas. Lo de la sopa es una fijación infantil que ya no tiene solución. Un saludo.
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