sábado, 2 de enero de 2010
Los caracoles del jardín
Es de noche. Aunque el día ha sido apacible, ahora el viento golpea con fuerza los cristales del cuarto, que parece que se vayan a romper. Estás tan enfadado que no tienes miedo. Tu mirada está fija en las calcomanías de colores que decoran la alacena y no quieres que se desvíe de allí. Al lado, tu abuela respira dormida, ajena al viento y a la oscuridad de la noche. Piensas en el crucifijo que cuelga del cabecero metálico de su cama. Tintinea cada vez que se mueve. Ahora está quieto. Como lo estarán las gotas de mercurio que unías y separabas hace unas horas en la caja de tornillos del lavadero. Su interior siempre está en movimiento. Algo cruje fuera. Imaginas un mundo de vida nocturna en el jardín, esa que siempre surge de la nada cuando tu padre lo riega al atardecer. A veces eres tú quien lo riega con tus pequeños dedos que aprietan el extremo de la manguera para que el agua llegue más lejos. Todo el mundo sabe que, si llegas más lejos, saldrán más caracoles. Eres tan pequeño. El agua está fría. Silencio. Se oye lejano el sonido del televisor. Tus padres ven esa película de un gorila gigante que no te han dejado ver a ti por no sé qué de los dos rombos. La rabia te impide apartar los ojos de la alacena. No piensas dormir. Aunque el viento golpee con fuerza en la ventana y lleguen hasta tu cama, muy apagados, los alaridos del monstruo, tú no te piensas dormir. Quizá no vayas a dormir ya nunca más. Los ojos te pesan. En algún lugar del patio los caracoles con los que jugaste se habrán recogido ya en su concha.
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Yo me acuerdo, perfectamente, del entusiasmo que provocó King Kong entre la gente del colegio, allá por 1970 ó 1971, cuando la emitió TVE. Siendo, como era, una película de principios de los 30, la consideramos muchos el no va más en cuanto a lo que ahora se llaman efectos especiales. Si se refiere usted a aquélla época, lo de la lluvia y el viento cuadra con los inviernos de finales de los sesenta y principios de los setenta, que fueron bastante desapacibles.
ResponderEliminarGómez de Lesaca
Sí, hablo de esa época y de esa misma emisión. No sé en qué momento del año sería, pero en mis recuerdos, seguramente mezclados, se me aparece como una noche de invierno, de esas que, como menciona, eran tan frecuentes entonces. Aunque quizás eso sea otro mito y lo único que ocurría es que las ventanas cerraban peor y las calefacciones (el brasero) no eran tan potentes. ¿Quién se acuerda ya de las bolsas de agua caliente para caldear la cama antes de acostarse? Eso sí era un auténtico placer. La memoria lo transforma todo, casi siempre a nuestro favor.
ResponderEliminarPor raro que parezca, a mí nunca me prohibieron ver esta u otra película de esas de dos rombos. Según decía mi madre, no hacía falta, porque tanto mis hermanas como yo nos quedábamos dormidas en el sofá siempre y era mi padre el que nos llevaba en brazos a nuestras camitas. Todo un clásico que a todos nos trae recuerdos.
ResponderEliminarSaludos.