Escarbaron en las ruinas calcinadas de casas en las que antes no habrían entrado. Un cadáver flotando en el agua negra de un sótano entre desperdicios y cañerías herrumbrosas. Entró en una sala de estar parcialmente incendiada y a cielo abierto. Las tablas alabeadas por el agua inclinándose hacia el exterior. Tomos empapados en una librería. Cogió uno y lo abrió y luego lo volvió a dejar donde estaba. Todo húmedo. Pudriéndose. En un cajón encontró una vela. No había cómo encenderla. Se la metió en el bolsillo. Salió a la luz gris y se quedó allí de pie y fugazmente vio la verdad absoluta del mundo. El frío y despiadado girar de la tierra intestada. Oscuridad implacable. Los perros ciegos del sol en su carrera. El aplastante vacío negro del universo. Y en alguna parte dos animales perseguidos temblando como zorros escondidos en su madriguera. Tiempo prestado y mundo prestado y ojos prestados con que llorarlo.
Cormac McCarthy | La carretera, 2006
miércoles, 11 de abril de 2012
Tiempo prestado
Etiquetas:
Ecos,
Otros mundos,
Ruinas
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Hola, Chimista. Me encantó esta novela, por cómo está escrita (apenas diálogos y brillantes imágenes poéticas como las de este fragmento) y por la relación tan especial que se establece entre el padre y su hijo.
ResponderEliminarEs una novela magnífica, muy recomendable. Coincido con tus apreciaciones. Es puro estilo poético. Me gusta mucho esa manera de narrar tan concisa, tan llena de sugerencias. Parece mentira que con una anécdota tan simple se pueda hacer una reflexión tan profunda sobre la vida. Tengo que leer más libros de Cormac McCarthy. Un abrazo.
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