miércoles, 27 de enero de 2016

El bibliotecario que se parecía a Orson Welles



Se cumplen cincuenta años de ese milagro llamado Radio Clásica. Y digo lo de milagro porque no se me ocurre un nombre más apropiado para explicar su pervivencia en un país que tradicionalmente ha dejado de lado casi todo lo que tiene que ver con la música culta. Baste recordar la educación musical que recibimos de niños muchos de nosotros: ninguna.

Hace ya muchos años, demasiados, estudiaba yo Filología Hispánica en Granada. En mi piso de estudiante no se escuchaba otra cosa que Radio 3. A todas horas. En todas las habitaciones. Noches de café incluidas. Eran los años de eso que luego se llamó la «Movida». Mi cuarto de tabique a medio hacer y cama decimonónica, desahuciada de no se sabe qué mudanzas, superviviente de mil batallas (no solo de amor), se llenaba cada noche con la voz de Jesús Ordovás, multiplicada, como en esas fotografías de espejos que nunca acaban, en cada uno de los cuartos de mis compañeros de piso. Almas solitarias unidas por un eco común. Y por la búsqueda incansable del manantial de la noche, acompañados de la voz mágica de Carlos Faraco y su Tris-Tras-Tres. Manuel Montano, asuntillos sin resolver y una voz femenina que enamoraba tras las ondas. Un beso de agua en tu mejilla de noche, me decía.      

Para mí Radio 2 (que era el nombre que entonces tenía la actual Radio Clásica) no dejaba de ser una rareza. Sabía que existía y poco más. Joven de provincias que descubría el mundo, sin educación musical, que apenas podía distinguir a Mahler de Bach. Solo eran nombres. Pero intuía que ahí había un mundo que algún día podría explorar. Cada mañana, cargado de sueño y frío, subía a la facultad de La Cartuja. De vez en cuando, iba a la biblioteca para sacar algún libro: dejaba la papeleta en un pequeño montacargas que, al poco rato, rápido y eficiente, me subía el volumen que había solicitado. Alguna vez (quizá faltaban datos o había varios libros parecidos) tuve que bajar hasta el vientre del Nautilus. Escaleras estrechas y música. Una vez en el sótano, te recibía, amable, un Capitán Nemo que tenía sintonizada Radio 2 y (en mi recuerdo es así) llevaba una pipa en la boca, probablemente apagada. Parecía feliz, trabajaba entre libros y escuchaba música barroca mientras fuera las fuentes se helaban con el frío de enero. Ese era el trabajo que yo quería para mí. Sin duda.  




Mis primeros recuerdos de Radio 2 (Radio Clásica) irán unidos siempre a ese bibliotecario desconocido que se parecía tanto al Orson Welles de El tercer hombre y que prestaba novelas, libros de Cernuda, alguna vieja revista de Filología o la Silva de varia lección de Mexía a un joven pueblerino algo perdido. Seguro que cuando se quedaba a solas, quieto el montacargas, se movía por aquel cálido y laberíntico reino de anaqueles como lo hacía Welles por las alcantarillas de Viena. Y, entre libros, con la pipa apagada entre los labios y una sonrisa cómplice, escucharía a Bach y Händel en Radio 2 muchos años antes de que yo me hiciera adicto a Radio Clásica.

jueves, 7 de enero de 2016

Canicas


Cada canica que cae en tu sueño abre mil ojos en la noche.