domingo, 28 de septiembre de 2014

Líneas de sangre



Solemos decir que a los hijos no hay quien los entienda, pero el verdadero enigma siempre son los padres. Han estado ahí desde antes de nacer nosotros y creemos conocerlos tan a fondo que no nos merecen la más mínima reflexión. Son eso, nuestros padres. Hasta que un día, quizá cuando ya no están y el tiempo nos ha asignado su papel, nos preguntamos cómo eran realmente. Una fotografía, un objeto, una conversación con personas que los conocieron, nos traen una imagen suya que intentamos encajar en nuestros recuerdos, conscientes de que la memoria funciona siempre mejor desde lo impreciso.

Encuentro en un viejo libro escolar algunas cuartillas escritas por mi padre, diagramas de anatomía elemental que trazó un lejano mes de febrero de 1949. Caligrafía y tintas de otro tiempo. La escritura a mano como enigma, más cercano quizá que una fotografía, más material. ¿Cómo era el niño que esbozó estas notas hace tanto tiempo? ¿Permanece en mí algo que le perteneció?

Líneas de sangre, ADN afectivo que nos lleva a su antojo por las galerías del recuerdo y nos trae, sin buscarlos, los ecos de un tiempo que no vivimos, que no nos perteneció, pero que añoramos de algún modo difícil de concretar, como el que espera encontrar, al fin, la solución de un acertijo.