martes, 1 de julio de 2014

G de gato



El verano es este gato que se tumba a la sombra, bajo la parra, adormecido por el zumbido de las cigarras y los gritos lejanos de los niños, que se deja llevar por el sol mortecino y fluye con la tarde hacia ese lugar en que todo es cálido y está bien hecho. No falta nada. El tiempo se detiene en los dorados de la tapia, agitada de dompedros. Olores estivales. En un arriate corre el agua hasta desaparecer en lo verde. Le pesan los ojos y, recogido en sí mismo, se hunde en sus recuerdos. Una mosca revolotea pesada. Sobre la mesa, un libro y un vaso aún mojado. Al lado, dos sillas vacías. Más allá, un triciclo volcado. Aquí está todo, piensa. Este es el momento preciso, para qué ir más allá. Quietud. Un niño baja los escalones de dos en dos. Se acerca y le repasa el lomo, que responde eléctrico con un gesto ancestral. El gato se despereza, se acicala, se pasea entre sus piernas y le cabecea meloso los tobillos. El niño ríe. Y el verano, al caer la tarde, se hace en ese instante tan eterno que parece que nunca fuera a acabar.