viernes, 1 de marzo de 2013

Divinas palabras


El 24 de marzo de 1933 lee Valle-Inclán el texto completo de Divinas palabras a la compañía de Margarita Xirgu en el Teatro Español. Según explica Luis Iglesias Feijoo en la introducción a su edición crítica de la obra, los testimonios periodísticos del acto destacan "la viveza y ductibilidad con que Valle entonaba los diferentes papeles" y cita a Rivas Cherif, amigo personal del autor: "Quien no haya oído leer a Valle-Inclán sus propias obras no es fácil que entienda toda la significación que don Ramón atribuye a las palabras, consideradas como elementos sonoros". Algunos años después el mismo Rivas Cherif escribe: "La voz de don Ramón transmitía una emoción tan característica, que solamente la luz escénica podía reflejar con un misterio parejo el de su acento personal". De aquella lectura de Divinas palabras nos ha quedado la impresionante fotografía de abajo. Su voz cavernosa y modulada ya tuvimos ocasión de oírla por aquí leyendo un fragmento de su Sonata de otoño.


Aunque se estrenó finalmente en 1933 (el 16 de noviembre a las 10:30 de la noche), la obra se había escrito muchos años antes y había aparecido publicada por entregas en el diario madrileño El Sol durante los meses de junio y julio de 1919. Es bien conocida la relación de amor-odio hacia el teatro que mantuvo Valle-Inclán a lo largo de su vida. Amor hacia el teatro como género, odio (o rechazo) hacia la mayor parte del teatro realista de la España de su tiempo. Conocía muy bien los entresijos de las tablas desde todas las vertientes. Estuvo casado con la actriz Josefina Blanco y él mismo fue actor y director ocasional. Pero hacia 1933 se había ido desengañando del teatro comercial y había asumido que su teatro era diferente y necesitaba un público y unos actores diferentes. De ahí sus reticencias al estreno, pese al nuevo clima cultural propiciado por la República. Se cuidaron todos los detalles (la escenografía corrió a cargo de Alfonso Rodríguez-Castelao) y la obra tuvo buena acogida por parte de la crítica, pero poca respuesta del público. Según podemos leer en la web Margarita Xirgu, "el segundo día de su representación el poeta Luis Cernuda asistió a la función con tan solo seis espectadores más".




Divinas palabras, subtitulada Tragicomedia de aldea, se desarrolla en diversos escenarios de esa Galicia ancestral y mítica que tanto gustó a Valle: viejas iglesias de aldea, pórticos románicos, quintanas con cipreses y sepulturas, robledos y caminos, caseríos con hórreos y alminares, la feria de Viana del Prior, garitas de carabineros, interiores rurales, tabernas, cielos rasos llenos de luceros y más caminos. En estos ambientes se desarrolla el leve hilo narrativo, cargado de fuerza dramática. Todo gira en torno a los Gailos y a un enano deforme. Pedro Gailo, sacristán de San Clemente, anejo de Viana del Prior, está casado con Mari-Gaila. Ambos tienen una hija, Simoniña. Juana la Reina, hermana del sacristán, vive de pasear por los caminos a su hijo deforme, un enano hidrocéfalo llamado Laureaniño (todos lo llaman el Idiota), al que arrastra en un carretón para conseguir limosnas. El problema sobreviene cuando muere Juana, la madre, y la familia se disputa el uso del Idiota, visto como una bendición por la fuente de ingresos que supone. Por una parte está Mari-Gaila, la cuñada; por otra, Marica del Reino, hermana de la difunta. Mari-Gaila, mujer impetuosa, de un fuerte erotismo primigenio, escapa con su amante, Séptimo Miau, expresidiario, y se lleva con ella hasta la feria de Viana al enano. La tragedia comienza cuando un grupo emborracha al Idiota y muere. 

En este mundo de personajes elementales, movidos, como le gusta a Valle, por la avaricia, la lujuria, la superstición, la honra, la muerte y la religión, destaca la presencia de Mari-Gaila. La escena de sexo con Séptimo Miau en la garita de los guardias ("El farandul muerde la boca de la mujer, que se recoge suspirando, fallecida y feliz. El claro de luna los destaca sobre la puerta de la garita abandonada"); la conjura nocturna del Trasgo cabrío entre risas y viento en los maizales ("¡Esta noche bien me retorciste los cuernos!", le dice mientras danzan las brujas); o su frenesí, tapándose el sexo, mientras baila desnuda entre viejos y mozos ("Mari-Gaila se arranca el justillo, y con la carne temblorosa, sale de entre las sueltas enaguas. De un hombro le corre un hilo de sangre. Rítmica y antigua, adusta y resuelta, levanta su blanca desnudez ante el río cubierto de oros"), son de una modernidad absoluta.


Hay dos aspectos de Divinas palabras que llaman especialmente la atención: el lenguaje y la variedad de escenarios. Tras ese mundo tan negro y descarnado que presenta, hay un esteta. Valle-Inclán, como es sabido, es un auténtico orfebre del lenguaje. Cada palabra está cargada de resonancias antiguas y no dice sólo lo que significa, sino mucho más. Trae ecos lejanos. Resonancias cultas, populares, arcaicas, galaicas. Las acotaciones, entendidas como un elemento literario más, están cuidadísimas y llenas de logros expresivos. Pocas veces la prosa castellana ha sido tan sintética y tan poética al mismo tiempo:
El farandul empuja suavemente a la coima, que se resiste blanda y amorosa, recostándose en el pecho del hombre. Los cohetes abren sus luces de colores y cabrillean sobre el mar. Clamoreo de campanas que toca a vísperas. En la súbita claridad de los cohetes aparecen las torres de la Colegiata. Mari-Gaila, en la puerta de la garita, se agacha y levanta un naipe caído en la arena.
Mari-Gaila deja caer el cántaro, desanuda el pañuelo que lleva a la cabeza, y frente a la hija que suspira apocada, abre los brazos en ritmos trágicos y antiguos. La fila de cabezas, con un murmullo casi religioso, está vuelta para la plañidera que bajo las sombras de la fuente aldeana resucita una antigua belleza histriónica. Detenida en lo alto del camino, abre la curva cadenciosa de los brazos, con las curvas sensuales de la voz.


El otro aspecto que comentábamos, la variedad de escenarios, nos acerca a una de las cuestiones más debatidas del teatro de Valle: su representabilidad. De alguna manera, la naturaleza aparece en la obra como un personaje más: maizales, cucos, caminos al atardecer, sotos de castaños, cielos estrellados, el viento, un sapo que canta. Es tal la variedad de escenarios que su representación realista según los usos teatrales de la época sería impensable. Valle no dejó escrita ninguna teoría teatral completa, pero sí dejó apuntes interesantísimos dispersos por aquí y allá. Algunos de ellos aparecen recogidos por Luis Iglesias Feijoo en la edición que he manejado. Don Ramón es partidario, frente a las limitaciones del momento (el "teatro de camilla casera"), de un teatro de muchos escenarios, pues es el escenario el que crea la situación y no al revés:
La técnica francesa ha echado a perder nuestro teatro. Este absurdo decadente de querer encerrar la acción dramática en tres lugares (gabinete elegantemente amueblado, patio andaluz o salón de fiestas) ha hecho de nuestro teatro, antes frágil y expresivo, un teatro cansino y desvaído. [Debe ser] como ha sido siempre: un teatro de escenarios, de numerosos escenarios. Porque se parte de un error fundamental, y es éste: el creer que la situación crea el escenario. Eso es una falacia, porque, al contrario, es el escenario el que crea la situación. Por eso, el mejor autor teatral será siempre el mejor arquitecto. Ahí está nuestro teatro clásico, teatro nacional, donde los autores no hacen más que eso: llevar la acción sin relatos a través de muchos escenarios.
Eso lo lleva a entroncar directamente con Shakespeare (al que admiraba) y con el teatro de nuestro Siglo de Oro, ambos de escenarios cambiantes, ajenos a la rigidez de la unidad de lugar aristotélica. Y también con el cine. Por ahí cree que debe ir el teatro moderno:
Nuestro teatro necesita el grito y la decoración. Por eso me indigna ver adaptados a nuestros clásicos y románticos a la estética francesa: la reducción, la simplificación de escenarios. ¿Por qué le quitan a El alcalde de Zalamea los fondos magníficos en que lo imaginó Calderón? ¿Por qué le meten poco menos que en una "sala decentemente amueblada"? [...] No se puede, ni se debe eludir la diversidad de escenarios. Los clásicos y los románticos no escamotean ningún fondo. Ése es el camino del futuro teatro.
El teatro ha de conmover a los hombres o divertirles; es igual. Pero si se trata de crear un teatro dramático español, hay que esperar a que esos intérpretes, viciados por un teatro de camilla casera, se acaben. Y entonces habrá que hacer un teatro sin relatos, ni únicos decorados; que siga el ejemplo del cine actual, que, sin palabras y sin tono, únicamente valiéndose del dinamismo y la variedad de imágenes, de escenarios, ha sabido triunfar en todo el mundo.


El teatro de Valle-Inclán se sitúa muy por encima del que se hacía en su época. Sólo Lorca, algo más tarde, conseguirá acercarse. Dentro de la producción teatral de Valle, esta tragicomedia de aldea está a la altura de sus Comedias bárbaras o de Luces de bohemia. Una lectura muy recomendable. Imprescindible para cualquier amante del teatro.


Divinas palabras
Ramón del Valle-Inclán, 1919
Clásicos Castellanos, Espasa-Calpe, Madrid, 1991, 1ª edición, 402 pp.
Edición crítica de Luis Iglesias Feijoo

4 comentarios:

  1. Escenarios cambiantes, eso me gusta, no tanta rigidez. Un abrazo.

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  2. Uno de nuestros mayores genios, si no el que más. Estupenda entrada. Saludos.

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  3. Valle no tiene miedo a no poder representar su teatro, por eso es libre y hace con sus escenarios lo que le da la gana. Además, existían precedentes ilustres como Shakespeare, Lope o Calderón. ¿Por qué limitarse siempre a un interior burgués? Para eso ya estaban Benavente, Echegaray, Muñoz Seca y los Quintero. La vida viene con muchos escenarios. Saludos, Darío.

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  4. Inmaculada, cada vez que leo algo de Valle lo tengo más claro: es un autor único, genial. El 98 nos dejó a Valle-Inclán y a Baroja, tan distintos y tan modernos. Saludos.

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