domingo, 28 de octubre de 2012

Deseo


Que tus demonios salgan de noche, mientras duermes. Que luchen entre sí y sus voces agrias pueblen tus sueños de risotadas putrefactas y delirios de fin del mundo. Que truenen los metales oxidados y los árboles caídos. Y que, al amanecer, derrotados todos, despiertes con la dulce sonrisa de la victoria y la caricia cercana de unos labios.

Fotografía | Ariadone, de Mitsutoshi Hanaga

sábado, 27 de octubre de 2012

Catálogo incompleto de odios cotidianos


Las prisas. El sonido del despertador, aunque imite cantos naturales de pajaritos y rumor de olas. La música más hermosa se convierte en ruido cuando interrumpe tus sueños. La falta de educación. Los que creen que pueden destrozar lo que es de todos. Dormir con los pies helados. El calor excesivo de las calefacciones, que te hace sudar en diciembre. El poder, cada vez mayor, del dinero, visto como un fin en sí mismo y no como un medio. Las fajas publicitarias en los libros. Nada más llegar a casa, las arranco y destrozo. Sería incapaz de leer un libro con una de ellas puesta. El desprecio a la cultura. El oportunismo que se hace pasar por cultura. Que los cines hayan desaparecido en mi ciudad y, para ver una película, tengas que coger el coche. ¡Qué placer pasear después de salir del cine! Las películas (y series) dobladas. La mayoría de los libros que ocupan las mesas de novedades. Si me los regalaran, me quedaría con muy pocos. La velocidad de vértigo de los fines de semana. Que las noches no tengan, ellas solas, veinticuatro horas. Que los políticos no sean capaces de ponerse de acuerdo ni en lo más elemental e imprescindible, aquellos asuntos en que cualquier persona de bien estaría de acuerdo. El olvido del cine clásico en la televisión pública. Cuando te preguntan algo y no escuchan la respuesta. Los automóviles que se pegan detrás, sin respetar la distancia de seguridad, queriendo decirte: soy más chulo, conduzco mejor, de no ser porque te llevo delante, iría a mil. Me cuesta aguantar las ganas de frenar en seco. Soñar con el fin del mundo. La sopa, como a Mafalda. Los que desprecian el cómic porque creen que es cosa de niños y sólo han leído algún Mortadelo en su infancia (o, como mucho, les suena Tintín). La obligación de pasárselo bien cuando (y como) hay que pasárselo bien. Los que creen que acaban de inventar el fútbol y que los demás equipos juegan a otro deporte, inferior, por supuesto, al suyo. La música vacía tipo Operación Triunfo y sus nefastas secuelas. La literatura llena de humo. Que los libros de Jane Austen tengan portadas rosas y estén en la sección de literatura romántica junto a los de Danielle Steel. La publicidad en la radio. No saber más idiomas, incluidos el catalán, el gallego y el euskera. Que potenciemos lo que nos separa y no lo que nos une. Comprar ropa.

Fotografía | Le trio, de Somebody-else.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Si has perdido el amor


Si has perdido tu nombre,
recobraremos la puntada de las calles más solas
para llamarte sin nombrarte.

Si has perdido tu casa,
despistaremos a los guardianes de la cárcel
hasta dejarlos con su sombra y sin sus muros.

Si has perdido el amor,
publicaremos un gran bando de palomas desnudas
para atrasar la vida y darte tiempo.

Si has perdido tus límites de hombre,
recorreremos el cruento laberinto
hasta alzar otra forma desde el fondo.

Si has perdido tus ecos o tu origen,
los buscaremos, pero hacia adelante,
en el templo final de los orígenes.

Solamente si has perdido tu pérdida,
cortaremos el hilo
para empezar de nuevo.

Roberto Juarroz | Cuarta poesía vertical, 1969

El cuadro que abre esta entrada fue pintado por Edvard Munch entre 1893 y 1894. Aunque originalmente se titulaba Love and Pain, hoy en día es más conocido por el título Vampire, debido a la interpretación errónea de un crítico, que confundió (o quiso confundir) la imagen de la joven pelirroja que consuela a su amante con la de un vampiro que chupa su sangre. Sea como fuere, el óleo tiene la fuerza expresiva de un poema de Baudelaire.

domingo, 14 de octubre de 2012

sábado, 13 de octubre de 2012

Una casa en la selva


Otoño en Granada. Una de esas mañanas que invitan al paseo y al café ocioso, alegremente completado con compras en alguna librería. Delante de mí pasean un padre y su hijo, cogidos de la mano y callados. El chico parece modoso y seriecito. Un tirón del brazo y pregunta inesperadamente:
─Papá, ¿cuánto vale una casa en la selva?
Sonrío. Me cuesta asimilar la pregunta tanto como al padre, que duda y, no muy convencido, le contesta:
─Uf... Depende...
Vuelvo a sonreír. ¿En qué tipo de casa estaría pensando el niño? ¿Qué habría motivado su pregunta? ¿Pensaría mudarse allí con toda su familia? ¿De qué depende el precio? No he podido evitar imaginármelos a todos tan felices encima de un árbol, como en la choza de Tarzán, que era la única casa-en-la-selva posible cuando yo tenía su edad. Infancia, el tiempo en que cualquier pregunta tiene sentido. Dentro de unos años, a ese niño, que seguirá viviendo en un bloque de pisos, le crecerá pelusilla bajo la nariz y cuestionará todas las preguntas y respuestas de su padre. Muy lejos, en una casa en la selva, otro niño de su edad pasará hambre.




martes, 9 de octubre de 2012

Inventario desordenado de pequeños placeres


Estirarte a su lado cada mañana. Pasear por caminos de tierra. Acariciar la corteza de un árbol. Escribir con pluma estilográfica. Las primeras páginas de un libro. El olor a café que llega de repente y se convierte en deseo. Mirar por una ventana. El silencio de la noche cuando todos se han dormido. Un buen plato de patatas revueltas. Tu sillón favorito, que te llama a todas horas del día. "Siéntate, siéntate", te dice. Los dibujos animados en familia. Redescubrir peliculas que tenías casi olvidadas y volver a reírte con las mismas escenas de entonces. El cosquilleo en el estómago al saltar al campo tu equipo. La hierba recién cortada. Repasar el lomo de un gato. Hablar de libros. Saber que tu memoria es una memoria compartida. Disfrutar de los cómics como cuando eras niño y se llamaban tebeos. Los caminos de emociones únicas por los que te lleva un poema. No poder ir al trabajo (a tu pesar) porque ha nevado tanto que se cortaron las carreteras. Sustituirlo (a tu pesar) por café, besos y tarta de chocolate. Disponer de una tarde libre para perderla. El desnudo femenino, siempre imprevisible y mágico. La hipnótica contemplación del fuego. Despertar en mitad de la noche y que aún queden tres horas para levantarte. La almohada, que siempre te comprende. Volver a escuchar Julia y comprobar que el tiempo no la ha desgastado. Las hojas de los árboles. El agua caliente de la ducha en tu espalda. El agua helada y viva del río en tus manos. Que no te duela nada. Abrir al azar un viejo libro y encontrar rastros perdidos de otras vidas. Una caricia en la nuca. Regresar a casa.