lunes, 17 de diciembre de 2012

La luz vencida alegre


Adolescencia

Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
─El pie breve,
la luz vencida alegre─.

Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.

Vicente Aleixandre | Ámbito, 1928

domingo, 2 de diciembre de 2012

Hospitales


El tiempo se detiene en los hospitales. Puertas afuera, aún valen los relojes, pero, una vez dentro, hay que asumir que las unidades de medida han cambiado. Bolsas de suero, bandejas y carritos marcan ahora el ritmo lento de las horas, y componen, junto a las visitas, una extraña procesión que el enfermo contempla acurrucado, recogido en sí mismo, desde la lejanía de su mal. La habitación, no tan distinta a la de un hotel, está llena de objetos cotidianos que han sido transformados por alguna mente juguetona: la cama tiene ruedas y mandos, la televisión funciona con monedas, la mesita de noche no sostiene lámpara ni libros, las sábanas están decoradas con letras que te recuerdan, cada vez que reposas la cabeza, dónde estás. La bandeja de la comida trae tu nombre junto a la lista de los alimentos que ofrece, detalle fundamental, pues, en ocasiones, ni la forma ni el sabor permiten identificar tan suculento menú. Compartes habitación y baño con un desconocido, que apenas se mueve en su rincón. Habitaciones interiores, luces planas, asepsia, funcionalidad, elementalidad de formas.

La amistad surge espontánea de la dificultad compartida. Consuelo de ayudar y saberse ayudado. Historias para matar las horas. Posibles conocidos comunes. Casualidades. Acompañantes que hablan de sus propias enfermedades y olvidan al enfermo. Recuerdos de otros tiempos en que la medicina no estaba tan adelantada. Variedad de tipos humanos que se dejan observar cada tarde. Escuela de vida. 

Cuando se apagan las luces, todo adopta un aire de viaje en tren nocturno o de travesía en barco. Es inútil mirar el reloj, pues siempre marcará la misma hora. En el silencio de la noche, se oye el rugir lejano y poderoso de unas calderas, la maquinaria que mantiene todo en perfecto funcionamiento. Pasos acolchados de enfermeras que se mueven, melena o coleta al viento, con discreción y saber hacer. Alguna puerta se cierra con estrépito. Pitidos electrónicos que dibujan la vida. Respiración acompasada de desconocidos, ronquidos, concierto de sueños que buscan la claridad del alba y algo más. Puertas que se abren. Repentino e intenso olor a café.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Huellas


Las primeras nieves de la vida. Los caminos están sin hacer y las huellas se borran con facilidad. No hay destino. No importa el tiempo. La memoria no se pierde en laberintos ni quimeras. Risas, calor y montones de tebeos. Domingos por la mañana. Campanas. Mostradores de pastelería. Verano en pleno invierno. Y cada paso, cada invento, deja una muesca escondida, un desconchón inadvertido en la pureza del blanco. Huellas invisibles que van marcando, poco a poco, el sendero.     

Ilustración | Calvin and Hobbes, de Bill Watterson

domingo, 28 de octubre de 2012

Deseo


Que tus demonios salgan de noche, mientras duermes. Que luchen entre sí y sus voces agrias pueblen tus sueños de risotadas putrefactas y delirios de fin del mundo. Que truenen los metales oxidados y los árboles caídos. Y que, al amanecer, derrotados todos, despiertes con la dulce sonrisa de la victoria y la caricia cercana de unos labios.

Fotografía | Ariadone, de Mitsutoshi Hanaga

sábado, 27 de octubre de 2012

Catálogo incompleto de odios cotidianos


Las prisas. El sonido del despertador, aunque imite cantos naturales de pajaritos y rumor de olas. La música más hermosa se convierte en ruido cuando interrumpe tus sueños. La falta de educación. Los que creen que pueden destrozar lo que es de todos. Dormir con los pies helados. El calor excesivo de las calefacciones, que te hace sudar en diciembre. El poder, cada vez mayor, del dinero, visto como un fin en sí mismo y no como un medio. Las fajas publicitarias en los libros. Nada más llegar a casa, las arranco y destrozo. Sería incapaz de leer un libro con una de ellas puesta. El desprecio a la cultura. El oportunismo que se hace pasar por cultura. Que los cines hayan desaparecido en mi ciudad y, para ver una película, tengas que coger el coche. ¡Qué placer pasear después de salir del cine! Las películas (y series) dobladas. La mayoría de los libros que ocupan las mesas de novedades. Si me los regalaran, me quedaría con muy pocos. La velocidad de vértigo de los fines de semana. Que las noches no tengan, ellas solas, veinticuatro horas. Que los políticos no sean capaces de ponerse de acuerdo ni en lo más elemental e imprescindible, aquellos asuntos en que cualquier persona de bien estaría de acuerdo. El olvido del cine clásico en la televisión pública. Cuando te preguntan algo y no escuchan la respuesta. Los automóviles que se pegan detrás, sin respetar la distancia de seguridad, queriendo decirte: soy más chulo, conduzco mejor, de no ser porque te llevo delante, iría a mil. Me cuesta aguantar las ganas de frenar en seco. Soñar con el fin del mundo. La sopa, como a Mafalda. Los que desprecian el cómic porque creen que es cosa de niños y sólo han leído algún Mortadelo en su infancia (o, como mucho, les suena Tintín). La obligación de pasárselo bien cuando (y como) hay que pasárselo bien. Los que creen que acaban de inventar el fútbol y que los demás equipos juegan a otro deporte, inferior, por supuesto, al suyo. La música vacía tipo Operación Triunfo y sus nefastas secuelas. La literatura llena de humo. Que los libros de Jane Austen tengan portadas rosas y estén en la sección de literatura romántica junto a los de Danielle Steel. La publicidad en la radio. No saber más idiomas, incluidos el catalán, el gallego y el euskera. Que potenciemos lo que nos separa y no lo que nos une. Comprar ropa.

Fotografía | Le trio, de Somebody-else.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Si has perdido el amor


Si has perdido tu nombre,
recobraremos la puntada de las calles más solas
para llamarte sin nombrarte.

Si has perdido tu casa,
despistaremos a los guardianes de la cárcel
hasta dejarlos con su sombra y sin sus muros.

Si has perdido el amor,
publicaremos un gran bando de palomas desnudas
para atrasar la vida y darte tiempo.

Si has perdido tus límites de hombre,
recorreremos el cruento laberinto
hasta alzar otra forma desde el fondo.

Si has perdido tus ecos o tu origen,
los buscaremos, pero hacia adelante,
en el templo final de los orígenes.

Solamente si has perdido tu pérdida,
cortaremos el hilo
para empezar de nuevo.

Roberto Juarroz | Cuarta poesía vertical, 1969

El cuadro que abre esta entrada fue pintado por Edvard Munch entre 1893 y 1894. Aunque originalmente se titulaba Love and Pain, hoy en día es más conocido por el título Vampire, debido a la interpretación errónea de un crítico, que confundió (o quiso confundir) la imagen de la joven pelirroja que consuela a su amante con la de un vampiro que chupa su sangre. Sea como fuere, el óleo tiene la fuerza expresiva de un poema de Baudelaire.

domingo, 14 de octubre de 2012

sábado, 13 de octubre de 2012

Una casa en la selva


Otoño en Granada. Una de esas mañanas que invitan al paseo y al café ocioso, alegremente completado con compras en alguna librería. Delante de mí pasean un padre y su hijo, cogidos de la mano y callados. El chico parece modoso y seriecito. Un tirón del brazo y pregunta inesperadamente:
─Papá, ¿cuánto vale una casa en la selva?
Sonrío. Me cuesta asimilar la pregunta tanto como al padre, que duda y, no muy convencido, le contesta:
─Uf... Depende...
Vuelvo a sonreír. ¿En qué tipo de casa estaría pensando el niño? ¿Qué habría motivado su pregunta? ¿Pensaría mudarse allí con toda su familia? ¿De qué depende el precio? No he podido evitar imaginármelos a todos tan felices encima de un árbol, como en la choza de Tarzán, que era la única casa-en-la-selva posible cuando yo tenía su edad. Infancia, el tiempo en que cualquier pregunta tiene sentido. Dentro de unos años, a ese niño, que seguirá viviendo en un bloque de pisos, le crecerá pelusilla bajo la nariz y cuestionará todas las preguntas y respuestas de su padre. Muy lejos, en una casa en la selva, otro niño de su edad pasará hambre.




martes, 9 de octubre de 2012

Inventario desordenado de pequeños placeres


Estirarte a su lado cada mañana. Pasear por caminos de tierra. Acariciar la corteza de un árbol. Escribir con pluma estilográfica. Las primeras páginas de un libro. El olor a café que llega de repente y se convierte en deseo. Mirar por una ventana. El silencio de la noche cuando todos se han dormido. Un buen plato de patatas revueltas. Tu sillón favorito, que te llama a todas horas del día. "Siéntate, siéntate", te dice. Los dibujos animados en familia. Redescubrir peliculas que tenías casi olvidadas y volver a reírte con las mismas escenas de entonces. El cosquilleo en el estómago al saltar al campo tu equipo. La hierba recién cortada. Repasar el lomo de un gato. Hablar de libros. Saber que tu memoria es una memoria compartida. Disfrutar de los cómics como cuando eras niño y se llamaban tebeos. Los caminos de emociones únicas por los que te lleva un poema. No poder ir al trabajo (a tu pesar) porque ha nevado tanto que se cortaron las carreteras. Sustituirlo (a tu pesar) por café, besos y tarta de chocolate. Disponer de una tarde libre para perderla. El desnudo femenino, siempre imprevisible y mágico. La hipnótica contemplación del fuego. Despertar en mitad de la noche y que aún queden tres horas para levantarte. La almohada, que siempre te comprende. Volver a escuchar Julia y comprobar que el tiempo no la ha desgastado. Las hojas de los árboles. El agua caliente de la ducha en tu espalda. El agua helada y viva del río en tus manos. Que no te duela nada. Abrir al azar un viejo libro y encontrar rastros perdidos de otras vidas. Una caricia en la nuca. Regresar a casa.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Escritores y gatos


Si te gustan las fotos antiguas, la literatura y los gatos, te puede interesar este reportaje que acabo de descubrir: 30 Renowned Authors Inspired by Cats. Treinta escritores acompañados de sus queridos mininos. Magníficas fotografías, muchas de ellas poco conocidas. Las de Raymond Chandler y las de Hemingway son impresionantes. Y la de Hermann Hesse, a cuatro patas tras su gato, es muy graciosa. El gato de Philip K. Dick da tanto miedo como él y parece igual de atormentado. Auden, Capote, Plath, Colette, Cocteau, Sartre, Kerouac, Highsmith o Borges, entre otros, completan el catálogo. Ya sabes que por aquí somos bastante gatunos, así  que, poco a poco, iré añadiendo algunas de ellas (las que aún no estaban) a La escritura desatada, mi recorrido visual y sentimental por los libros y sus autores. Me ha costado escoger una para encabezar esta entrada. Al final me decidí por Cortázar, que creo se lo pasaba bomba en ese momento. La felicidad del instante. ¿Cuál hubieras elegido tú?  

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Teorías del otoño


Me gusta esta ilustración de Grant Snider. En su blog, Incident Comics, se pueden encontrar auténticas maravillas, muchas de ellas relacionadas con la lectura y los libros. Por ejemplo, sobre libros abandonados en la calle: Stray Books. O sobre lecturas de verano:  Required Summer Reading. Ingenio, humor, sensibilidad y un dibujo tan sencillo como atractivo. Merece la pena dedicarle un rato.

martes, 18 de septiembre de 2012

Se imponen los dorados


Tardes de septiembre. Sentimientos de verano en sol de otoño. Pronto recogeremos la vida bajo sábanas. Lecturas de interior. Tacto de mesa camilla. Inexorable matemática planetaria. Se imponen los dorados y el té caliente. Noches prematuras. Tiempo de paraguas y gabardinas. Demasiados chaparrones de los que protegerse.

martes, 4 de septiembre de 2012

Lectura compartida


Estamos en 1914. En Granada. Federico García Lorca acompaña a Isabel, su hermana menor, que lee. Quizá se está iniciando en ese arte mágico que tantas satisfacciones le dará. Quizá sólo mira las ilustraciones o le señala algo a su hermano. Ambos parecen ajenos al fotógrafo. Él tiene, aunque no lo parezca, unos dieciséis años. Ella no llega a cinco. Raya en medio. Mobiliario andaluz de casa bien. Dedos que sujetan con delicadeza a la hermana. Balcón con luz de entretiempo, casi verano. Pulcritud de la composición. Intimidad familiar. 

Años después, Isabel se dedicará a la enseñanza. Durante toda su vida. Formó parte de esas primeras generaciones de mujeres que accedieron a la universidad en un mundo que estaba cambiando, aunque, por desgracia, el cambio se vio fatalmente truncado. Dolor. Exilio. En septiembre de 1939 sale con su familia hacia Estados Unidos. Federico no va con ellos. Su padre morirá en Nueva York, ciudad lorquiana. Geometría y angustia.

En una preciosa entrevista que podemos encontrar en web de la Residencia de Estudiantes, Isabel repasa algunos aspectos de su vida relacionados con la enseñanza. Entre anécdotas jugosísimas, se muestra orgullosa de la educación cuidada que le dieron sus padres y sus profesores de universidad (por allí estaban Ortega, Sánchez Albornoz, Américo Castro, Pidal, Lapesa o Guillén, entre otros). Época mítica donde las haya. Habla de sus lecturas y de sus diversiones de entonces. De los poetas que los visitaban en Nueva York, especialmente Guillén, Salinas y Juan Ramón, al que defiende. Confiesa que ella nunca en sus clases quiso hablar de su hermano, algo que todos supieron respetar. Y, de fondo, siempre, la Institución Libre de Enseñanza, abriendo caminos. En Granada se decía, comenta Isabel, que, cuando pasaba Fernando de los Ríos, olía a azufre. Se muestra orgullosa del pensamiento de Francisco Giner: "A la mujer hay que educarla como y con el hombre, porque no van a vivir luego cada uno en un mundo distinto".

Cuando el entrevistador le pregunta si su hermano Federico le dedicaba algún tiempo, ella contesta:
Menos mal que no me hace usted la pregunta de siempre: «¿Cómo era Federico de niño?». Él era trece años mayor que yo, es decir, que le conocí con pantalón largo y ya seriecito; de cómo era de niño sé lo que me han contado. Era cariñosísimo, pero con todos. Hacíamos mucha vida de familia y no tenía una dedicación especial o total para conmigo, tampoco había ninguna razón para que la tuviera. El estreno de Mariana Pineda en Granada, en 1929, fue algo muy importante. Fue un éxito loco y, sobre todo, una satisfacción muy grande para mi padre, porque vio muy pronto el triunfo de su hijo. Él tenía mucho miedo de que eso no sucediera. Hay una anécdota muy buena con un amigo suyo, ingeniero, uno de los primeros que fusilaron en Granada. Le dijo: «¿Tiene usted miedo por el futuro de un chico que ha sido capaz de escribir el segundo acto de Mariana Pineda? Usted está loco. ¡Va a ganar mucho más dinero que usted!». Mi padre estaba muy preocupado por que Federico no se ganara bien la vida.
No sé si lo he dicho, pero la foto de arriba me encanta. Y lo único que quería era compartirla contigo.

viernes, 31 de agosto de 2012

Leer en el jardín


Leer en el jardín regado, muy de mañana o al atardecer. Debajo de un árbol. Verano. Pasar las páginas del libro mientras la mirada juega con los colores y la memoria regresa al olor de la tierra mojada. Humedad de jardines lejanos. Y, luego, cuando pasen los días y las hojas y llegue el frío, recordar en los libros del invierno ese aroma fresco del jardín, que, seguro, no tardará en volver.


Ilja Yefimovitsch Repin: Tolstoy Resting in the Forest, 1891

Joseph Farquharson: Summertime

Peder Severin Krøyer:  Marie in the Garden, 1895

Theodore Robinson: The Lane

Berthe Morisot: Reading

Johannes Evert Akkeringa: Three Generations of Reading in the Garden

Robert James Gordon: Woman Reading

Sergei Arsenevich Vinogradov: Summer Dreams

Carl Spitzweg: In the Garden, 1938

Honoré Daumier: A Man Reading in the Garden, c 1866

Mamontov Mihail Anatolevich: In the Garden, 1910

Henri Lebasque: Reading in the Garden, 1886

Berthe Morisot: The Lesson in the Garden

Berthe Morisot:  Hollyhocks, 1884

Alphonse D'Heye

Robert Archibalt Graafland:  A Girl Reading in a Hammock

Emanuel Phillips Fox: A Love Story, 1903

Adrien Moreau: In the Park

Karl Raupp: An Elegant Lady Reading under a Tree

Ivan Kramskoy: Reading, 1863

Charles Edward Perugini: Girl Reading

Norbert Goeneutte: Portrait of Anna Goeneutte Wearing a Beret

Ulisse Caputo

Gari Melchers: Woman Reading by a Window

James Tissot: Reading a Story

Anthonore Christensen: Flowers in a Forest Floor


El jardín que abre la entrada fue pintado por Sir John Lavery en 1883 y se titula A Grey Summer's Day.

La mayoría de estas sugerentes imágenes de lectura las he encontrado en diversos Tumblr, especialmente en A Man with a Past. Si te interesa el tema de la lectura y su reflejo en el arte y la fotografía, puedes encontrar imágenes variadas en mi Tumblr: La cueva de la sirena. Están agrupadas bajo las etiquetas leer, mujeres que leen y libros.

"Si tienes una biblioteca con jardín, lo tienes todo", dice la conocida sentencia de Séneca. Habrá que aprovechar lo que queda de verano.

jueves, 16 de agosto de 2012

Leer en tiempo de miseria


Innúmeras son ya las vidas truncas.
Cadáveres sepultos no se sabe
dónde: no hay cementerios de vencidos.
Gente medio enterrada en sus prisiones.
Algunos huyen, otros se destierran
para no perecer de propia cólera.
Pero entre tantas muertes y catástrofes
algo subsiste sin cesar feroz,
el más feroz de todos los poderes:
vida, vida sin fin.
                           Y poco a poco,
y sin cesar, inexorablemente
se reanudan las formas cotidianas,
se inventan soluciones.
La vida es implacable.

Jorge Guillén | Y otros poemas, 1973

La fotografía que abre esta entrada fue realizada por Gerd Baatz en Berlín hacia 1944 o 1945. Nada más verla me acordé del texto de Guillén, magnífico poeta injustamente olvidado, creo, en los últimos años. Y también de alguna escena de la película The Reader. ¿Hacia dónde se dirigirá esa mujer? ¿Qué lee? ¿Qué noticias trae hoy el periódico de su acompañante? ¿Se conocen? ¿Sabrá que la están fotografiando? ¿Habrá conseguido alejar su mente de esos edificios derruidos? Leer en tiempo de miseria. Bajar la vista. Leer con ojos ensimismados que se mueven por igual entre líneas y ruinas. Y, al pasar la página, la vida, poderosa, que siempre acaba imponiéndose.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Fantasma de fantasma


La memoria del fantasma es un pozo. En algún lugar oscuro del fondo está todo lo que amó. Dentro no hay tiempo. Algún extraño mecanismo lo lleva a confundir, una y otra vez, la salida. Condenado a vivir en un presente sin memoria, el espectro busca la felicidad en lo cercano: puerta, fuego, muslos, visillos. Ser fantasma de fantasma. No saber qué recuerdos olvidaste. No tener ya paredes, ni cabellos al viento, ni mejillas sonrosadas que desear. Ser una sombra que sólo busca su oscuridad interior.

La imagen pertenece a la película Faust, rodada por F. W. Murnau en 1926.
La mirada perdida que nos produce el escalofrío es la de la actriz Camilla Horn.

domingo, 12 de agosto de 2012

D de dolce far niente


El placer de no hacer nada. Vacaciones. Dejar atrás quimeras y empresas imposibles. Estar tumbado casi todo el día en la cama o en el suelo, como cuando éramos niños y no habíamos inventado las preocupaciones, rodeados de una pila interminable de libros y tebeos. Fuera ordenador. Fuera horarios. Fuera tengo que. Levantarse lo justo. Quizá para hacer té helado o poner algo de música. Suelen ser muy agradecidas las visitas al frigorífico, a ser posible con pies descalzos. Combatir el calor con armas elementales y mucho aire acondicionado. Si tienes que salir a la calle, puro fuego, que sea porque te has quedado sin libros o para meter los pies en algún río. O en el mar. Placer inigualable de leer una novela de aventuras con los pies llenos de arena y, en el fragor del abordaje o la tempestad, mirar hacia el azul y ver que está en calma. Y, cuando por fin, al caer la tarde, cierres las páginas, satisfecho, meter la panza en el agua y dejarte acariciar por las olas.

Y, a la noche, elegir una de esas viejas películas vistas muchas veces y ocultar en la oscuridad alguna lagrimilla. Qué placer tan refinado el de llorar de verdad por algo que es mentira. Dolce far niente. Una vieja aspiración casi nunca conseguida.

jueves, 9 de agosto de 2012

Este lado del espejo


El misterio está de este lado del espejo.
Del otro lado todo existe.
Desde allí, por ejemplo, sale a veces una mano
que trae una lámpara encendida
para alumbrar lo que nosotros creemos que es el día.

El misterio no está ni siquiera en la superficie
que separa ambos lados del espejo,
ya que esa superficie no existe,
como no existe ninguna superficie:
sólo es una ilusión que nosotros inventamos
al mirar al revés.

El misterio está en mirar desde afuera
y no desde adentro del espejo,
desde afuera
y no desde adentro de las cosas.

Roberto Juarroz | Séptima poesía vertical, 1982

lunes, 30 de julio de 2012

Palabras que esperan


Somos el borrador de un texto
que nunca será pasado a limpio.

Con palabras tachadas,
repetidas,
mal escritas
y hasta con faltas de ortografía.

Con palabras que esperan,
como todas las palabras esperan,
pero aquí abandonadas,
doblemente abandonadas
entre márgenes desprolijos y yertos.

Bastaría, sin embargo, que este tosco borrador
fuera leído una sola vez en voz alta,
para que ya no esperásemos más
ningún texto definitivo.

Roberto Juarroz | Novena poesía vertical, 1986

sábado, 28 de julio de 2012

Mientras duermes


Mientras duermes
tu mano me transmite imprevistamente una caricia.
¿Qué zona tuya la ha creado,
qué autónoma región del amor,
qué parte reservada del encuentro?

Mientras duermes
te conozco de nuevo.
Y quisiera irme contigo
al lugar donde nació esa caricia.

Roberto Juarroz | Octava poesía vertical, 1984

miércoles, 25 de julio de 2012

C de café


Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, huele a café en el cuarto. Una vez oí, quizá en alguna película, que, si querías vender la casa, debías procurar que oliera a café. Muevo la cucharilla y su tintineo me lleva a otros cafés. Somos las cafeteras que hemos tenido. El café, con sus tazas y sus costumbres, forma parte desde siempre de nuestras mitologías más cotidianas.

Me acostumbré al sabor del café bebiendo los posos que mi padre dejaba en su taza. Restos de sobremesas de domingo, en que el tiempo se detiene y se tarda en recoger los platos. Luego llegaron los cafés de estudiante nocturno en piso compartido, una puerta abierta a la charla y la amistad. Conversaciones que iban a durar el tiempo de un café y se alargaban hasta el amanecer. Pasillos convertidos en salas de estar. Magia del instante.

Durante mucho tiempo creí que el inicio del verano venía marcado por el café con hielo y el Tour de Francia. Era todo un rito que procuraba no romper. Si iba a viajar, lo dejaba para más tarde. Eran los tiempos de Delgado, Lejarreta, Pino y Arroyo. Por entonces, vivía encima de una panadería y cada mañana me despertaba el olor dulzón de la bollería, que llegó a hacerse insoportable. Pero llegaba la hora del tour y era sagrada. Inmenso placer el de disfrutar de un café helado mientras te preguntabas dónde atacaría Perico. El ruido de un viejo ventilador, más que su efectividad, aliviaba en lo posible el rigor del verano en el Sur.

Cafés viajeros. Cafeterías convertidas en centros de peregrinación a cualquier hora y en cualquier lugar. Inmensa variedad de tazas y presentaciones. Café a la americana de los ingleses, de esos que te dejan la lengua escaldada durante un buen rato. Café sosegado de las viejas cafeterías de Lisboa, donde el tiempo tiene otro ritmo. Cafés apresurados de bar de carretera, que sientan como un puñetazo en el estómago (la expresión es de un amigo). Cafés en las plazas de Cádiz, llenas de color y luz antigua. Café en casa, en tu taza favorita, mientras comienza la película que pensáis ver esa noche. Cafés compartidos todos los veranos con ese amigo que ya no nos llama. Cafés italianos, los mejores, disfrutados en el Trastevere o en la terraza de los Museos Capitolinos. Vayas donde vayas, siempre quedará un italiano donde tomar un café decente. Mesas de mármol que, en medio de una calor infernal, conservan el frío del invierno. Sonido de tazas y cucharillas. Me aficioné a hacer fotografías de tazas de café y, siempre que puedo, sobre todo si el lugar lo merece, lo que sucede muy a menudo, procuro traerme el recuerdo. Magia de la imagen y del aroma. ¿Te apetece un café?