miércoles, 30 de noviembre de 2011

Mirarnos el alma


Los días pasan rápido. Entre tareas que nos ocupan, vamos arrancando hojas del calendario casi sin darnos cuenta. Un compañero del trabajo, ya jubilado, me hablaba hace poco de su vida actual. Me levanto temprano, me decía, y, cuando me ato los cordones de los zapatos, me acuerdo de que hace nada, hace un momento, ayer, estaba haciendo lo mismo, repitiendo ese gesto cotidiano. Lo contaba sin dramatismo, pues vive una vida tranquila y ha sabido rodearse de aficiones que lo llenan. Simplemente constataba una realidad que lo acompañó siempre y no lo ha abandonado. La vida adulta comienza con el descubrimiento del tiempo. No hay que darle más vueltas.  

Finales de noviembre. El otoño, que en el Sur apenas ha existido, toca a su fin. Se acerca la Navidad con todos sus rituales, tan gratos la mayoría, dispuestos siempre a devolvernos, bien filtrados por el tiempo, nuestros recuerdos más lejanos. Los atardeceres invitan al recogimiento del cuarto. La ventana se llena de un rojo tan suave que nos obliga a cerrar el libro. La música, violín y piano, acompaña. El tiempo se detiene.     

Hace unas semanas releí con tranquilidad gustosa Platero y yo. Y descubrí un libro distinto al que yo recordaba. Al margen de la anécdota, más o menos tierna, del burrito "pequeño, peludo y suave", que nos lleva tan atrás en el tiempo, me encontré con un libro lleno de sensaciones, ordenado cronológicamente según el paso de los días: de primavera a primavera. Y entre ellas, claro está,  el otoño, al que Juan Ramón Jiménez dedica momentos memorables de gran calidad lírica. En el libro se suceden galerías de tipos humanos en una línea de regeneracionismo krausista que recuerda un poco a Solana, a veces muy descarnadas: niños medio desnudos y hambrientos, brutales costumbres arcaicas, crueldad hacia los animales. Por allí desfilan tipos como Lipiani, Darbón, el tío de las vistas, Pinito, Granadilla, las Colillas, los húngaros, el niño tonto, la tísica, los gitanos, Sarito, Frasco Vélez y tantos otros que pueblan y humanizan el libro. Imágenes de un Moguer recordado que desaparece.




Y junto a ellas encontramos finas reflexiones sobre el paso de los días. Descripciones llenas de una tristeza indefinida, de una melancolía que acaba saliendo por todas partes, sobre todo en los momentos de mayor exaltación de la belleza. La conciencia de algo que cambia, que se acaba o ya se fue. Aparece el Juan Ramón modernista, de profunda raíz simbolista, alma solitaria que busca atrapar la belleza en los detalles: un paisaje, el vuelo de una mariposa, el reflejo del amanecer en unas gotas de rocío, el diálogo con un gorrión en una mañana de domingo o las hojas de un árbol del corral contempladas a través de la vidriera de colores de su casa de infancia. La naturaleza ocupa el primer plano. El tono del conjunto es otoñal, elegíaco.

En el capítulo XCII, titulado Viñeta, me encontré este pasaje que inmediatamente me recordó un poema de Fray Luis que ya trajimos aquí en la entrada El otoño y los estudios nobles, y que hoy quiero compartir contigo:

La estación convida a mirarnos el alma, Platero. Ahora tendremos otro amigo: el libro nuevo, escogido y noble. Y el campo todo se nos mostrará abierto, ante el libro abierto, propicio en su desnudez al infinito y sostenido pensamiento solitario.

Mira, Platero, ese árbol que, verde y susurrante, cobijó, no hace un mes aún, nuestra siesta. Solo, pequeño y seco, se recorta, con un pájaro negro entre las hojas que le quedan, sobre la triste vehemencia amarilla del rápido poniente.

Otoño. Tiempo de libros abiertos. Tiempo de recuperar pequeños placeres que detengan el instante. Tiempo de mirarnos el alma. Al fin y al cabo, como decía C. S. Lewis:

You don´t have a soul. You are a soul. You have a body.



Los paisajes que acompañan esta entrada son, por este orden, del pintor expresionista alemán Emil Nolde, del francés Camille Pissarro y del inglés John Everett Millais.

5 comentarios:

  1. Platero ya era un pequeño placer, las imágenes redundan en ese mismo placer.

    ResponderEliminar
  2. La influencia de los institucionistas fue verdaderamente espectacular. ¿Es cierto que Dalí y Buñuel detestaban a Platero, al que despachaban con abierta antipatía?.

    Mis saludos.

    ResponderEliminar
  3. Cuervo, me alegro de que te hayan gustado las imágenes. A mí cada día me gusta más la pintura de paisajes. Es todo un mundo de sugerencias. Y hay mucho por descubrir. Respecto a Platero y yo, sin ser lo mejor de Juan Ramón, tiene mucha más profundidad que esa imagen tópica que, a veces, tenemos de él. La lectura de algunos capítulos es, como dices, un placer. Un saludo.

    ResponderEliminar
  4. Retablo, la influencia de la Institución Libre de Enseñanza fue realmente muy grande. Aportó, entre otras cosas, una nueva sensibilidad hacia la naturaleza. Juan Ramón admiraba a Francisco Giner y son muchísimos los testimonios escritos que nos han quedado de esa admiración. Sabemos, además, que Giner le tenía mucho cariño a Platero. Cuenta Juan Ramón que, la última vez que vio a Giner con vida, ya en su lecho de enfermo, tenía sobre un mueble un montón de ejemplares de Platero y yo. Cossío le contó que los iba mandando de regalo a amigos lejanos.

    Respecto a la opinión que tenían Dalí y Buñuel sobre el libro, es totalmente cierta la leyenda. Hicieron pública una carta en que lo ponían a parir sin aportar ningún argumento literario. Todo se reducía a "merde" para su Platero y a hablar de él como el burro menos burro y más odioso con que se habían tropezado. Según dicen, a Juan Ramón no le gustó nada esa carta, pero no llegó a contestarles. Hizo bien.

    Saludos.

    ResponderEliminar