jueves, 30 de junio de 2011

La infancia


La infancia en mi memoria es un derroche,
una inmensa fortuna en el desierto,
una flor en las manos de un cosaco,
un tiempo en que creí no tener nada
y sin saberlo tuve lo más grande:
esa firme creencia en que los años
pondrían a mis pies el mundo entero.
La infancia se parece a esos regalos
que a los niños les hacen para luego,
diciendo que los guarden, que algún dia
aprenderán sin duda a utilizarlos.
La infancia es un regalo que disgusta
porque uno no sabe de qué sirve,
y, cuando al fin lo entiende, ya lo ha roto.

Vicente Gallego | La plata de los días | 1996

miércoles, 29 de junio de 2011

Cuando el niño era niño


Cuando el niño era niño
andaba con los brazos colgando,
quería que el arroyo fuera río,
que el río fuera torrente,
y este charco el mar.

Cuando el niño era niño,
no sabía que era niño,
todo le parecía animado
y todas las almas eran una.

Cuando el niño era niño,
no tenía opinión sobre nada,
no tenía ningún hábito.
A menudo se sentaba en cuclillas,
de pronto echaba a correr,
tenía un remolino en el pelo
y nunca posaba para tomarle una foto.


Cuando el niño era niño,
era el tiempo de estas preguntas:
¿Por qué yo soy yo y no soy tú?
¿Por qué estoy aquí y por qué no allí?
¿Cuándo empezó el tiempo y dónde acaba el espacio?
¿Es la vida bajo el sol tan sólo un sueño?
¿Es lo que veo y oigo y huelo,
sólo una ilusión de un mundo antes del mundo?
Vistas las acciones del Mal y de la gente,
¿existe realmente la maldad?
¿Cómo es posible que yo, que soy quien soy,
no haya sido antes de existir
y que algún día yo, que soy quien soy,
deje ya de ser quien soy?


Cuando el niño era niño,
le costaba tragar espinacas, guisantes, arroz con leche
y coliflor cocida,
y ahora come de todo, y no sólo por necesidad.

Cuando el niño era niño,
alguna vez despertó en una cama extraña,
y ahora lo hace una y otra vez.
Muchas personas, entonces, le parecían hermosas
y ahora solo unas pocas, y con suerte.

Había visualizado una imagen nítida del Paraíso
y ahora, como mucho, la intuye.
No podía pensar la Nada
y hoy se estremece ante ella.


Cuando el niño era niño,
jugaba con entusiasmo,
y ahora tiene la misma excitación que entonces,
pero sólo cuando afecta a su trabajo.

Cuando el niño era niño,
le bastaba con comerse una manzana.... y pan,
y aún hoy es así.

Cuando el niño era niño,
las moras le llenaban la mano como sólo las moras lo hacen,
y aún hoy es así.
Las nueces verdes le ponían áspera la lengua,
y aún hoy es así.
Tenía, en cada cumbre,
el anhelo de un monte aún mas alto,
y en cada ciudad,
el anhelo de una ciudad mayor,
y aún hoy es así.
Alcanzaba las cerezas de las ramas altas,
con un ímpetu que todavía hoy tiene.
Era tímido ante los extraños,
y aún hoy lo sigue siendo.
Esperaba la primera nevada,
y aún hoy la sigue esperando.

Cuando el niño era niño,
tiró un bastón, cual lanza, contra un árbol
y aún sigue allí vibrando.

Peter Handke





Con este poema de Peter Handke se abre la película Cielo sobre Berlín (Wim Wenders, 1987). Me gusta tanto que no he necesitado muchos motivos para traerlo aquí, pero se me ocurren dos. En primer lugar, que es uno de los poemas que mejor reflejan una determinada manera de entender la infancia y su pervivencia (o no) en los adultos. Y lo hace desde dentro. Lástima que la traducción pierda tanto. Las imágenes iniciales de la película, con esa mano que escribe el texto al tiempo que la voz nos lleva del recitado a la canción casi sin que nos demos cuenta, me parecen todo un logro. El poema, por cierto, se titula Lied Vom Kiedsein (Song of Childhood, Canción de la infancia).  

Y en segundo lugar, porque toda la película es una maravilla, una de esas extrañas obras maestras que ha dado el cine y que justifican su existencia. Una de esas películas que nos hablan de nosotros mismos, de nuestras miserias y nuestras grandezas, del dolor y de la guerra, pero también del deseo. Y del consuelo y la capacidad de sentir. Y lo hace con imágenes vanguardistas, impactantes, desoladas, llenas de poesía, que se recuerdan para siempre. Escenas como las de la biblioteca, el metro o el circo son difíciles de olvidar. Los actores (Bruno Ganz, Otto Sander, Solveig Dommartin, Curt Bois) están espléndidos. Mención especial merece Bruno Ganz (Damiel), a quien descubrí con esta película, y cuya sonrisa, en un momento dado, llena la pantalla. Y la aparición estelar, muy entrañable, en un papel creado para él, del recientemente fallecido Peter Falk. Me muerdo la lengua para no desvelar nada de la leve trama argumental.  

La música de Jürgen Knieper (cuánto la escuché hace años en una cinta de casete gastada) no tiene desperdicio, incluida la aparición de grupos como Nick Cave and The Bad Seeds (The Carny, From Her to Eternity) o Crime and the City Solution. Lo dejo con la esperanza de dedicarle algún día la entrada que se merece y con las ganas renovadas de volver a verla.


viernes, 24 de junio de 2011

Noches del mes de junio


Junio abre y cierra puertas. Me gustan estos meses de transición que delimitan nuestras costumbres, que dividen el año en dos. Y junio, creo, lo hace mucho mejor que enero. En junio cerramos el ciclo del estudio, pues siempre será, ante todo, el mes de los exámenes.  No importa tu edad, ni tu estado de ánimo. Siempre habrá algo de lo que tengas que examinarte antes del verano: de Selectividad, de oposiciones, de autoescuela, de conciencia o de la vida. Exámenes finales, noches sin dormir que, recordadas, acaban siendo, pese a los agobios del momento, muy gratas. Noches de flexo y ventana abierta. De iniciación en los placeres del café, que ya te acompañarán para siempre. De inseguridades y certezas. De obstáculos que te parecen insuperables, pero te ofrecen, allá lejos aún, un horizonte despejado.


Junio es para mí, además, el mes de los saltajuanicos. Mi abuela, natural de Porcuna, llamaba saltajuanicos a unos pequeños insectos, negros y saltarines, que tenían la curiosa costumbre de estrellarse ruidosamente contra el flexo, mientras tú, aplicado, intentabas descifrar los secretos de la Historia o de la Aritmética. Sus saltos eran mucho más acrobáticos e interesantes que las páginas de tu libro, que acababa convirtiéndose en trampa mortal para muchos de ellos. Llegaban en abundancia una noche, atraídos por la luz, y a los pocos días desaparecían sin más. Siempre he pensado que el nombre debía de ser una falsa etimología, mezcla quizá de sanjuanicos (por aquello de la noche de San Juan, tal día como hoy) y del hecho de saltar. Si así fuera, el nombre es todo un hallazgo popular. Hace tiempo que no los veo, pero todos los años me acuerdo de ellos.      

Y cada año me acuerdo también de este poema de Jaime Gil de Biedma, dedicado a Luis Cernuda, del que he tomado el título para esta entrada:


Noches del mes de junio

Alguna vez recuerdo
ciertas noches de junio de aquel año,
casi borrosas, de mi adolescencia
era en mil novecientos me parece
cuarenta y nueve)
                            porque en ese mes
sentía siempre una inquietud, una angustia pequeña
lo mismo que el calor que empezaba,
                                                         nada más
que la especial sonoridad del aire
y una disposición vagamente afectiva.

Eran las noches incurables
                                         y la calentura.
Las altas horas de estudiante solo
y el libro intempestivo
junto al balcón abierto de par en par (la calle
recién regada desaparecía
abajo, entre el follaje iluminado)
sin un alma que llevar a la boca.

Cuántas veces me acuerdo
de vosotras, lejanas
noches del mes de junio, cuántas veces
me saltaron las lágrimas, las lágrimas
por ser más que un hombre, cuánto quise
morir
         o soñé con venderme al diablo,
que nunca me escuchó.
                                    Pero también
la vida nos sujeta porque precisamente
no es como la esperábamos.

Jaime Gil de Biedma | Compañeros de viaje | 1959


La vida nos sujeta porque no es como la esperábamos.

Y, una vez cerradas las puertas del estudio, llega el tiempo de las recompensas, de abrir de par en par las puertas de ese inmenso corralón que conecta directamente con nuestra infancia, que es el verano. Olor a cloro. Lecturas sin límite de tiempo, tumbado en la cama. Estar más allá del muro o en el corazón de África y que las cortinas de tu cuarto te rocen con placer los pies desnudos. Siestas de filatelia y tebeos Marvel, tendido en el suelo, buscando el rincón más fresco de la casa. Es uno de los placeres que perdemos los adultos, el de observar el mundo desde abajo.

Y qué agradable el campo en estos días finales de junio (sí, a pesar del calor) en que aún conserva su esplendor y falta mucho (muchísimo) para agosto. Carpas y barbos. Jardín recién regado, noches de dompedros, conversación, cerveza helada, alguna buena película y un libro siempre medio abierto.


martes, 21 de junio de 2011

Aparición


Camino de su granja, B. observó de repente un extraño fulgor, un resplandor blancuzco y violeta que surgía tras unos altos arbustos. Se hallaba en el campo, solo y envuelto en un gran silencio. Se detuvo. Una silueta femenina comenzó a perfilarse en medio del gran resplandor. Una hermosa dama de túnica azul se hizo visible. Le sonrió y saludó. Después la dama y el resplandor desaparecieron. B. prosiguió su camino. Al llegar a su casa, su aire ensimismado y pensativo hicieron que su mujer le preguntara: "¿Qué te pasa? ¿Te ha ocurrido algo?". "Nada." B. no quería complicarse la vida. Murió quince años más tarde sin decir nada a nadie. Todos los lunes primeros de mes se le había aparecido regularmente la dama en cuestión. De haber hablado hubiese creado un rito.

José Manuel Alonso Ibarrola




Fotografía | Andrej Glusgold

miércoles, 8 de junio de 2011

Por qué se acaban los besos


En este suave atardecer de junio, sin encender aún las luces del cuarto, a media luz, como en el tango, haces un alto en la camino. Te sientes como el que, tras una larga caminata, llega a la ribera del río y mete con deleite en el agua sus manos cansadas y ese pequeño gesto le da la vida. Pocas cosas hay tan agradables como dejar pasar el tiempo cuando te has quedado vacío tras un largo esfuerzo. Y qué mejor terapia que un río o una canción. Los días se componen de pequeños regalos que nos hacemos, premios que nos concedemos, indulgentes y culposos, por no haber sido demasiado considerados con nosotros mismos, por habernos mirado con malos ojos. Un poco más de egoísmo ya no puede ser dañino. Y hay discos que pueden cambiar el color de una tarde. Esos discos sobre los que vuelves cada cierto tiempo y siempre te reconfortan como un abrazo. Te apetece un abrazo. Y escribes estas palabras mientras escuchas, una vez más, la sugerente voz de Natalia:

Preguntaste por qué se acaban los besos
y te dije que insistieses,
siempre quedará algún resto.

Fue mi hermano (como siempre) quien me dio a conocer Popemas (Elephant Records, 2002) y, desde entonces, estas canciones siempre me han acompañado. Hay discos que nos gustan sólo por alguna canción y otros que nos llevamos puestos enteros. Popemas es uno de estos. Uno de esos milagros en que todo es tan natural, tan sugerente, tan sencillo y tan siempre nuevo, que puedes escucharlo muchas veces sin llegar a agotarlo. Discos con los que mantienes cierta intimidad que perdura con el tiempo, en los que encuentras sentimientos que te llegan. No son muchos y cada cual tiene sus querencias. Quizá no estarían (o sí) en una de esas listas de los mejores de la historia, pero han formado parte de tu educación sentimental y les sigues siendo fiel. Cuántos de Serrat, Radio Futura, Maria del Mar Bonet, Hank Williams, Sisa, Jacques Brel, Johnny Cash, Van Morrison, Esclarecidos, The Beatles, Vainica Doble, Bob Dylan, Merle Haggard o Nosoträsh han llenado tardes como ésta. La de veces que habrás escuchado La ley del desierto, la ley del mar o Esclarecidos 2 (con esa canción inagotable que es Arponera).  




Nada

Todas mis cosas se han vuelto del revés,
guardo en las cajas momentos y un querer.
Limpio el polvo a mi vida y no encuentro,
saco brillo al silencio y no entiendo,
afeitando el olvido sin tiempo,
manoseo el recuerdo sin prisa
y se pasa la tarde y no tengo...
nada, todo.

Nosoträsh es para mí uno de esos grupos especiales y Popemas, su disco más conseguido, me parece una maravilla. Veinte canciones (más un extra) muy breves, casi fragmentarias (y, por eso, más sugerentes). que componen todo un clima de sentimientos domésticos. Canciones de olvido, de lo que se fue, de los besos recordados. Estaciones iguales, llenas de lluvia, frío de invierno, noches que cogen mal color, ceniza y medallas en el corazón. Ingenuidad y mucho amor por las palabras. Sencillez y lirismo sin pretensiones. Frescura. Lo melancólico y el humor. Y la suave voz de Natalia Quintanal. Un lugar donde se encuentran de modo mágico la canción y la poesía. No la poesía convertida en canción. Como si alguien te soplara en la nuca en un día caluroso. Un auténtico consuelo para tardes en que sientes "esa vieja angustia que hace el corazón pesado" de la que nos hablaba Antonio Machado. Un abrazo cálido bajo mantas invernales.






Tan solo por los besos

Es muy tarde, llueve tanto que,
no ves el final de la calle.
Ha nacido un río bajo mis pies.
Por él bajan barcos de colillas
que se encallan en la esquina
de una vieja alcantarilla.
Pero yo te espero,
el jersey empapado y los dedos morados.
Pero yo te espero
sólo por un beso de esos fríos mojados.
Es muy tarde, llueve tanto que...





Recuerdos que olvidé

Te recuerdo junto al mar, nubes grises y un café
y no entiendo tanto tiempo sin volver.
No se olvida sin querer y yo no quiero olvidar,
que, aunque el tiempo pase lento, ahí estás.
Algún día no sé bien, no sé cómo ni por qué,
estaré junto a las nubes, otra vez.





Doméstico

No voy a mentirte,
me sigue costando estar aquí,
me duelen los días.
Tras varios traspiés,
yo insisto en volver a riesgo de
que me trague esta vida...
Pero es esta luz de tarde muerta,
es tu mirada tras la siesta,
la lluvia en el monte, tus ojos azules o verte bailar.
La brisa del mar, el sol en mi espalda,
o pelearnos por las mantas,
no tener un duro y estar tan a gusto, dejarnos llevar.
Hacer las maletas de vez en cuando
sólo para cambiar de cuarto,
dormir en el coche si llega la noche y oírte roncar,
después, volver a arrancar.




La canción de aquel momento

Esta es la canción de aquel momento
en que soñabas con un tiempo
que nunca quiso volver.
Tantas veces fuiste un sentimiento,
un trocito de un recuerdo
y ya no sabes lo que ser.
Y si estás bien o si estás mal
lo que serás no importa ya
y si esta tarde me despierto y ya no estás.
Y si estás bien o si estás mal
lo que serás no importa ya
y si esta tarde no me quiero despertar.


Nosoträsh | Web no oficial | Rockdelux | Elephant Records

lunes, 6 de junio de 2011

Abrió una puerta


Abrió una puerta que le llevó a una puerta más pequeña; la abrió y le llevó a una puerta más pequeña, y así fue abriendo puertas hasta llegar a una puerta diminuta como una gatera por la que se metió para encontrarse con una puerta pequeña que le llevó a una puerta más grande y así siguió recorriendo un corredor infinito de puertas hasta que finalmente llegó a una pared. Al otro lado se oía una sucesión de portazos.

Juan Antonio Masoliver Ródenas


Fotografía | William Fox Talbot, The Open Door | 1844