sábado, 16 de octubre de 2010

Soñé capitanes y ataúdes


Oh ser un capitán de quince años
viejo lobo marino las velas desplegadas
las sirenas de los puertos y el hollín y el silencio en las barcazas
las pipas humeantes de los armadores pintados al óleo
las huelgas de los cargadores las grúas paradas ante el
               cielo de zinc
los tiroteos nocturnos en la dársena fogonazos un cuerpo
               en las aguas con sordo estampido
el humo en los cafetines
Dick Tracy los cristales empañados la música zíngara
los relatos de pulpos serpientes y ballenas
de oro enterrado y de filibusteros
Un mascarón de proa el viejo dios Neptuno
Una dama en las Antillas ríe y agita el abanico de nácar
                bajo los cocoteros

Pere Gimferrer | Extraña fruta y otros poemas | 1969


  

Briznas, muñecos sin cabeza, yo me llamo, yo me llamo toda la noche. Y en mi sueño un carromato de circo lleno de corsarios muertos en sus ataúdes. Un momento antes, con bellísimos atavíos y parches negros en el ojo, los capitanes saltaban de un bergantín a otro como olas, hermosos como soles.

De manera que soñé capitanes y ataúdes de colores deliciosos y ahora tengo miedo a causa de todas las cosas que guardo, no un cofre de piratas, no un tesoro bien enterrado, sino cuantas cosas en movimiento, cuantas pequeñas figuras azules y doradas gesticulan y danzan (pero decir no dicen), y luego está el espacio negro -déjate caer, déjate caer- umbral de la más alta inocencia o tal vez tan sólo de la locura.

Alejandra Pizarnik | Extracción de la piedra de la locura | 1968

 


Las cuatro primeras ilustraciones son de Hugo Pratt, el creador de Corto Maltés. A su primer álbum, La balada del mar salado (1967), aparecido en los mismos años que los textos de Gimferrer y Pizarnik, pertenecen las tres en blanco y negro. Las dos últimas, mucho más recientes, pertenecen al álbum Rey Rosa (2009), de David B., que adapta un relato de Pierre Mac Orlan.

sábado, 9 de octubre de 2010

Hasta que llegaste tú

 Granada

Cada ciudad tiene su música, como tiene su luz o su aroma. Hay ciudades que huelen a tiempo antiguo, a humedad mantenida con los años, a secretos olvidados. Otras huelen a leña y a interior cálido, a historia de amor aún sin terminar. No conozco ciudad más luminosa que Almería, ni con un nublado más sugerente que Santiago. Las tardes de Salamanca dan un inmejorable tono dorado a las fotos. En las plazas de Cádiz se conserva la luz primera que vino del mar. La de Madrid es fría; la de Lisboa, muy cálida.

Con la música ocurre igual. No sé si te has parado a pensarlo, pero cada ciudad tiene sus sonidos, su música que nos permite recordarla en la distancia. Es una música azarosa, nacida de un instante, de una feliz casualidad que queda grabada en nuestra memoria y en la de nadie más: una canción oída en un café, en el momento del amor, de la amistad o de la lectura. Oída paseando por sus calles o nacida del interior de alguna casa, cuyo inquilino ha compartido contigo, sin saberlo, un momento único. Es verdad que hay ciudades silenciosas, que quizá aún no te han ofrecido su canción, pero son tantos los viajeros que tendrás que esperar un poco más. A mí me ocurrió nada más entrar en Canterbury.


Canterbury

Fue como un regalo de bienvenida. Acabábamos de llegar a la ciudad y estábamos nerviosos porque, de algún modo, la ciudad ya formaba parte de nuestros mitos antes de haber pisado sus calles: Chaucer, lo medieval, el Príncipe Negro, la catedral. Pensando en esas cosas estábamos, delante del arco de entrada, cuando nos llegaron unos acordes que identificamos al instante. Nos acercamos y un par de músicos callejeros tocaban delicadamente Till There Was You. La escuchamos en silencio. ¿Te acuerdas? Nunca esa canción me sonó tan bien como entonces. Juraría que aquel músico cantaba mejor que el propio Paul. Desde entonces para mí la ciudad medieval de Canterbury no suena a música medieval, sino a balada de los Beatles. Y ahora, en esta tarde de sábado otoñal, con el castillo casi oculto tras la niebla, escucho esa canción y pienso que queda aquí, en mi cuarto a oscuras, algo de aquel día lejano en Canterbury.

There was love all around
But I never heard it singing
No I never heard it at all
Till there was you
Till there was you.


Había amor alrededor,
pero nunca lo oí cantar.
No, nunca lo oí
hasta que llegaste tú,
hasta que llegaste tú.




Y, pensando en la música y las ciudades, los sentimientos y el tiempo, me ha venido a la memoria este poema de Luis García Montero:

Yo sé
que el tierno amor escoge sus ciudades
y cada pasión toma un domicilio,
un modo diferente de andar por los pasillos
o de apagar las luces.

Y sé
que hay un portal dormido en cada labio,
un ascensor sin números,
una escalera llena de pequeños paréntesis.

Sé que cada ilusión
tiene formas distintas
de inventar corazones o pronunciar los nombres
al coger el teléfono.
Sé que cada esperanza
busca siempre un camino
para tapar su sombra desnuda con las sábanas
cuando va a despertarse.

Y sé
que hay una fecha, un día, detrás de cada calle,
un rencor deseable,
un arrepentimiento, a medias, en el cuerpo.

Yo sé
que el amor tiene letras diferentes
para escribir: me voy, para decir:
regreso de improviso. Cada tiempo de dudas
necesita un paisaje.

Luis García Montero | Diario cómplice | 1987


Madrid


¿A qué suena tu ciudad? ¿Te ha regalado ya alguna canción?