lunes, 30 de agosto de 2010

Sombras de mariposa


Te levantas de madrugada desvelado por el calor y los extraños ritmos del verano. No necesitas encender las luces: todo está donde lo dejaste. Los objetos, hasta hace unas horas tan familiares, tienen ahora un aire descolorido, antiguo, como si los hubieras incorporado a la realidad desde tu propio sueño. Silencio. Algún coche lejano. Te acomodas en el sillón y tus ojos se hacen a la oscuridad. Te sorprendes al comprobar que el salón está lleno de difusos reflejos verdosos. Todas las habitaciones de la casa lo están. No hay aparato que no tenga su propio reloj luminoso. Puedes ir de un cuarto a otro, y moverte con soltura, guiado sólo por esos pequeños faros digitales. No sabías que hubiera tantos.

Y recuerdas cuando, siendo niño, hace ya tanto tiempo, te quedabas a dormir en casa de tus abuelos. No te gustaba la oscuridad excesiva y tu abuela, que lo sabía, sacaba de alguna de sus covanchas una mariposa. Llenaba una taza o un plato con aceite (y quizás agua) y la colocaba con cuidado para que no volcara. Una vez encendida, la habitación se transformaba. Todo parecía quieto, pero extraños soplos que no percibías hacían que la mariposa navegara suave sobre el aceite y se dibujaban delicados fantasmas sobre las paredes. Tú temías que despertaran no sé qué espíritus, quizá el de tu bisabuela, muerta no hacía mucho, cuya cama estabas ocupando. El efecto era contraproducente. Necesitabas un punto de luz para dormir, pero esa luz, tan fascinante, te quitaba el sueño. Y, así, acosado por los fantasmas y aplastado por una pila de mantas de las de antes, muy pesadas, acababas acurrucado y llegaba la del alba.

Ahora esa oscuridad ya no existe.


No he vuelto a ver esas mariposas de luz. Buscando por Internet he encontrado algunas imágenes que me han refrescado la memoria. Efectivamente, las que tenía mi abuela eran lamparillas de San Juan Bosco, que creo que se utilizaban, no por la luz, sino con la idea de encender una vela a los difuntos. ¿Las seguirán vendiendo en alguna de esas pocas tiendas antiguas que quedan en el centro de nuestras ciudades? Me hace gracia comprobar que ahora se venden como objeto de coleccionismo en eBay y similares. De nuevo, el juego del tiempo. Por desgracia, no he podido encontrar ninguna encendida, así que pongo una vela (nunca mejor dicho), cuya luz también embruja y es, definitivamente, más romántica. O no. ¿Tú qué piensas?

         

miércoles, 18 de agosto de 2010

Jugando con el tiempo


Visitando museos uno encuentra piezas realmente deliciosas. Te paras delante de estos anzuelos, por ejemplo, y te pones a imaginar. ¿Se le daría bien la jornada al anciano aquella tarde? ¿Algún padre enseñaría las artes de la pesca a su hijo con alguno de ellos? ¿Acaso eran de un pescador solitario que pensaba en sus problemas (esos que no se atrevía a contarle aún a nadie) mientras trataba de conseguir la cena para su familia? Seguramente fueron sólo herramientas, utensilios vulgares de la factoría de salazón de pescados instalada en la ensenada de Bolonia. Allí mismo, en el museo de Baelo Claudia, me topé con estas figurillas de terracota del siglo I después de Cristo. Las dos primeras  representan a gladiadores; la tercera, era el asa de una lucerna. No pude resistirme a su encanto. Cada vez me gustan más las piezas de los museos que nos hablan del día a día, de la vida cotidiana. Los objetos que han tocado muchas manos y no fueron concebidos como 'obras de arte'. Los que nos han llegado por pura casualidad y nadie pretendió que perduraran.



¿Qué manos los hicieron? ¿Para qué los usaron? ¿No serían simples juguetes? Quizá el asa perteneció a la lucerna de algún pequeño templo o llenó de luces tenebrosas el cuarto de alguna joven enferma.

Estos objetos nos permiten fantasear, poder jugar sin trabas con el tiempo. Sus propias limitaciones artísticas los hacen, en cierto modo, más atractivos. Juguemos hoy a ser herejes con la arqueología. ¿Acaso la figura 15 no guarda cierto parecido con uno de los héroes de nuestra (mi) infancia? Sí, me refiero al sheriff Tiro Loco McGraw, el personaje creado por Hanna-Barbera en 1959, que iba siempre acompañado de su amigo Pepe Trueno.



Y los gladiadores, con sus brazos toscamente articulados, ¿están tan lejos de los madelman (que lo pueden todo)?



O de los clicks de Playmobil, esos maravillosos muñecos que alegraron las navidades de muchos niños desde principios de los setenta.



O, incluso, del astronáuta de Kiev, hallado en una antigua tumba rusa, supuesta prueba de la llegada de extraterrestres a nuestro planeta.


El plástico no durará tanto, pero quizá, dentro de muchos años, alguien encuentre una de nuestras figuras y dirá: "Mira, restos de una antigua civilización perdida, la del plástico". Y sólo fueron juguetes en las manos de un niño. Ése fue su gran valor. Lo demás será arqueología. Como la arqueología de los sentimientos que hacen los investigadores del futuro en El tragaluz, la gran obra de Antonio Bueno Vallejo.

Los pasillos del tiempo, llenos de restos de otras vidas.


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Sobre la felicidad (y 3)


In illo tempore

Tus padres se habían ido a no sé dónde
y la casa quedó para nosotros,
lo mismo que el convento abandonado
del poema de Jaime Gil de Biedma.
Con la música a tope, preparaste
una mezcla explosiva en una jarra
mientras yo te quitaba, dulcemente,
la ropa de cintura para arriba.
Llenaste las dos copas hasta el borde.
Bebimos. Nos entró la risa tonta,
y se nos puso un brillo en la mirada
que subrayaba nuestra juventud,
y nos besamos como en las películas,
y nos quisimos como en las canciones.

Cuando la realidad era el deseo
y nuestro reino no era de este mundo.

Luis Alberto de Cuenca | Por fuertes y fronteras, 1996






Beso 1 | Encadenados, de Alfred Hitchcock (1946)
Beso 2 | Río Grande, de John Ford (1950)
Besos 3 y 4 | Besos robados, de François Truffaut (1968)
Beso 5 | De aquí a la eternidad, de Fred Zinnemann (1953)


¡Qué bien se besaba en blanco y negro! ¿Cuál crees que falta?
A mí se me ocurre uno: ¡Impetuoso! ¡Homérico!

miércoles, 11 de agosto de 2010

Sobre la felicidad (2)


Vamos a ser felices

Vamos a ser felices un rato, vida mía,
aunque no haya motivos para serlo, y el mundo
sea un globo de gas letal, y nuestra historia
una cutre película de brujas y vampiros.
Felices porque sí, para que luego graben
en nuestra sepultura la siguiente leyenda:
"Aquí yacen los huesos de una mujer y un hombre
que, no se sabe cómo, lograron ser felices
diez minutos seguidos."

Luis Alberto de Cuenca | Por fuertes y fronteras | 1996


Imágenes | Adrian Tomine | Kazuo Kamimura

sábado, 7 de agosto de 2010

Sobre la felicidad (1)


Sobre una carta de John Keats

Un dios por quien jurar. El buen tiempo (supongo).
La salud. Muchos libros. Un pasaje de Friedrich.
La mente en paz. Tu cuerpo desnudo en la terraza.
Un macizo de lilas donde rezar a Flora.
Dos o tres enemigos y dos o tres amigos.
Todo eso junto es la felicidad.

Luis Alberto de Cuenca | Por fuertes y fronteras | 1996





Pintura | Caspar David Friedrich, Der Abend (1921)
Fotografía | Carta manuscrita de John Keats
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