sábado, 15 de mayo de 2010

Qué exigente viene la primavera


Al principio es sólo la intuición de que algo ha cambiado. Quizá no sea más que un deseo provocado por la costumbre de los días y los años. Pero un ligero matiz en la luz del atardecer, el eco distinto de los sonidos de la calle, el piar de los pájaros cuando abres bien temprano la ventana o la impresión de que ya te va sobrando el brasero, te confirman tu impresión inicial: algo no es como ayer. Al poco, las señales se hacen inequívocas. Las camas se desnudan de edredones y las sábanas de franela, tan cálidas, dejan paso a otras más frías, aunque igual de placenteras. Las chicas lucen sus escotes más generosos, perseguidos por mil miradas agradecidas. Llegó el tiempo de abrir y cerrar ventanas. De lluvias fugaces y arcoíris inesperados, siempre mágicos.

Juan Ramón Jiménez, en un capítulo de Platero y yo titulado Primavera, lo explica así:

Parece que estuviéramos dentro de un gran panal de luz, que fuese el interior de una inmensa y cálida rosa encendida.


A los espíritus melancólicos enamorados del otoño nos parece que la primavera no tiene la fuerza callada y silenciosa de octubre, pero hay que reconocerle su encanto. Al menos, como puerta de entrada a ese largo paraíso estival que es promesa de seguras delicias. El año bien podría reducirse a eso: otoño y verano.






Para mí el inicio de la primavera va asociado a dos recuerdos de infancia. El primero está relacionado con la botánica. Mi padre me contaba que las primeras flores que salían en nuestros campos eran los nazarenos (muscari neglectum), que anunciaban la Semana Santa. A mí me encantó la idea. Maravillosa metáfora popular. Verlos con su delicado color morado, penitentes desordenados que inician la procesión, me transporta inmediatamente al Domingo de Ramos. Todavía hoy los busco afanoso cada año entre los olivos. Igual me podría haber hablado de los jaramagos, cuya primera aparición también busco en las cunetas, pero me hablaba de los nazarenos y son ellos, por eso, mis preferidos.

 




El otro recuerdo tiene que ver con los gusanos de seda, con muchos gusanos de seda metidos en una caja redonda de ensaimada. Los gusanos aparecieron una mañana, como por sorpresa, a pesar de que los esperaba con impaciencia. La caja era lo que quedaba de un viaje solitario de mi abuela a Mallorca para ver a su hermana. Qué valor el de aquellas mujeres que habían vivido una guerra. Ella misma me había advertido que los gusanos salían el día de San José y que debía tener hojas de morera preparadas. Y yo venga a mirar la placa de cartón en que estaban meticulosamente pegados formando una filigrana de vida latente. Hasta que se produjo el milagro. Uno tras otro, llenaron de diminutos guioncitos negros la caja que todavía olía a ensaimada reciente. Y entonces empezó el rito de cambiarles las hojas y la fascinación de observar los ruidosos movimientos casi industriales de sus mandíbulas, que devoraban cada hoja por el canto hasta dejarla hecha una escobilla. Menos mal que había varias moreras cerca de mi casa.


La flora y la fauna de mi infancia.

Pero lo que yo quería, en realidad, era compartir contigo una canción, la mejor canción que conozco sobre la primavera y sus exigencias sentimentales.

El texto está basado en una música que escuché en casa del músico Gregorio Paniagua: me mostró un disco que acababa de hacer con Lucía Bosé. En él se incluía este tema instrumental interpretado por su grupo de música antigua. Creo recordar que lo llamaba La canción de la pimienta o algo así y lo sacó de un manuscrito hebreo. Yo le puse texto y título y lo hice a mi manera.

Su autora es también mallorquina. Se trata de Maria del Mar Bonet. La canción, Dansa de la Primavera, pertenece a Anells d'aigua (LP, 1985), un disco sin desperdicio. Te dejo la traducción, aunque te adelanto que pierde mucho. También dejo un vídeo en el que puedes oír una versión en directo.


Supongo que ya la conoces y que la has escuchado muchas veces tan fascinado como yo, pero, si tengo la suerte de que es nueva para ti, sigue mi consejo, querido lector de La melancolía de los ríos: sube el volumen de tus altavoces y déjate hechizar por la dulzura de su voz mediterránea y la belleza sugerente de sus palabras. Es una cantautora de la que estoy enamorado desde hace ya muchos años. Y siempre le soy fiel.

Dansa de la Primavera

Febrer m'ha duit la carta tan precisa:
vol que els lilàs s'obrin pels dits
i en el cor m'hi creixi una palmera.
Què exigent que ve la primavera!

Què exigent que ve la primavera,
i el meu cor tan malaltís,
tenc por que es cremi dins de la foguera
(no puc desfer-me del seu encís).

No puc desfer-me del seu encís,
obrir les branques i ballar amb ella,
pentinar-me al seu vent la cabellera,
cantar les llunes de les seves nits.

Cantar les llunes de les seves nits,
cantar vermells de la tardor,
cantar el silenci de la nova neu,
cantar, si torna, el dolorós amor.

Cantar, si torna, el dolorós amor
i néixer un poc més en l'intent,
i créixer un poc més cada entretemps
i volar amb el vent i les noves llavors.

Volar amb el vent i les noves llavors;
qui sap on el vent em portarà,
a dins el cor d'una terra antiga
o creixeré al fons de la mar.

Febrer m'ha duït la carta tan precisa:
vol que els lilàs s'obrin pels dits
i, en el cor, m'hi creixi una palmera.
Què exigent que ve la primavera!


Febrero me ha traído una carta muy precisa:
quiere que las lilas broten entre mis dedos
y que en el corazón me crezca una palmera.
Qué exigente viene la primavera.

Qué exigente viene la primavera.
Y mi corazón tan enfermo
temo que se queme en la hoguera.
No puedo deshacerme de su hechizo.

No puedo deshacerme de su hechizo,
abrir las ramas y bailar con ella,
peinarme en su viento la cabellera
y cantar las lunas de sus noches.

Cantar las lunas de sus noche,
cantar los rojos del otoño,
cantar el silencio de la nieve nueva
y cantar, si regresa, el doloroso amor.

Y cantar, si regresa, el doloroso amor
y nacer un poco más en el intento
y crecer un poco más cada entretiempo
y volar con el viento y las semillas nuevas.

Volar con el viento y las semillas nuevas.
Quién sabe dónde el viento me llevará:
tal vez a las entrañas de una tierra antigua
o creceré en el fondo de la mar.

Febrero me ha traído una carta muy precisa:
quiere que las lilas broten entre mis dedos
y que en el corazón me crezca una palmera.
Qué exigente viene la primavera.


¿Y tú? ¿Prefieres el otoño o la primavera? ¿A qué asocias su llegada?



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