martes, 28 de julio de 2009

Moon River




Vejer de la Frontera. Una mañana de verano. La calle se quedó extrañamente vacía y este gato posó para mí, perfectamente cuadrado al más puro estilo egipcio. Me observó varias veces sin darme importancia y se puso a lo suyo: mirar. Así son los gatos.

Cada vez que vuelvo a ver esta foto me pregunto qué miraba el gato. Acaso sabía que se acercaba la hora de comer y esperaba ansioso la señal acostumbrada desde el balcón. O había oído el ronroneo lejano de esa gatita tan elegante que vivía en la casa de al lado y hacía sonar su cascabel cuando él estaba cerca. O, quizá, se había perdido contando y no sabía muy bien cuántas vidas le quedaban y tuvo que rehacer la cuenta. Lo más seguro, es que sólo mirara por mirar: el cielo, la luz de la mañana, la tranquilidad de su calle, los ríos de la luna. Hay tanto mundo para ver.

El caso es que se me viene a la memoria esa hermosa canción que cantaba Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany's, 1961) mientras George Peppard la miraba desde arriba. Allí, por cierto, también había un gato.

Moon River

Moon River, wider than a mile,
I'm crossing you in style some day
Oh, dream maker, you heartbreaker,
Where ever you're goin'
I'm goin' your way.

Two drifters off to see the world,
There's such a lot of world to see.
We're after the same rainbow's end,
Waitin' 'round the bend,
My Huckleberry friend, Moon River and me.



YouTube | Moon River (Blake Edwards, 1961)

domingo, 26 de julio de 2009

Cambridgeshire Lodes




Así vio en 1901 Henry Rider Haggard la recogida de juncia (sedge) en Cambridgeshire Lodes, conjunto de canales artificiales navegables que, según parece, tienen origen romano. Cuenta Haggard que la juncia era recogida en grandes barcazas y que con ella construían las mejores techumbres del mundo para sus cottages.




Por entonces, Haggard ya había estado bastante tiempo en África y, de haber vivido en su época, quizá habríamos podido encontrarlo con este curioso aspecto, más propio de alguno de sus personajes:




Haggard es autor de un libro inolvidable, de obligada lectura para todos los amantes de la novela clásica de aventuras: Las minas del rey Salomón (King Solomon's Mines, 1885), que no tiene nada que envidiar a muchos de los libros que hoy se leen con tanta prisa y tan fácilmente se olvidan. En ese libro puso toda su experiencia africana y con ella dio vida a un personaje mítico, el aventurero inglés Allan Quatermain.

Me gusta la primera fotografía por su blanco y negro contundente, que le da cierto aspecto desolado y algo triste a un río que debía de ser todo verdor. Es una imagen que nos hace pensar en un mundo perdido, género que, precisamente, inauguró Haggard con su novela.

Foto | Cambridgeshire County Council

Contándoos los amores y las vidas


John William Waterhouse, A Study for a Naiad

Hermosas ninfas, que, en el río metidas,
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas;

agora estéis labrando embebecidas
o tejiendo las telas delicadas,
agora unas con otras apartadas
contándoos los amores y las vidas:

dejad un rato la labor, alzando
vuestras rubias cabezas a mirarme,
y no os detendréis mucho según ando,

que o no podréis de lástima escucharme,
o convertido en agua aquí llorando,
podréis allá despacio consolarme.

Garcilaso de la Vega | Soneto XI

John William Waterhouse, A Naiad

sábado, 25 de julio de 2009

Un café en el Trastevere


Roma. Piazza di Santa Maria in Trastevere. Una calurosa mañana de agosto. Rodeados de color por todas partes: naranjas, limones, pomelos, manteles de colores vivos, un abanico con mucha historia y, por encima de todo, una camiseta 'giallorossa' de AS Roma. Grandes sombrillas blancas tamizan la luz. A nuestro alrededor leen prensa extranjera. El tono de las conversaciones es bajo. Ruido de tazas y platos. Al lado, la Basílica, en la que aún no hemos entrado, enigmática como un cofre por abrir. Y allí, delante de nosotros, los restos de un cappuccino que se ofreció gustoso a calmar nuestro cansancio.

Cerca, el río Tíber, cuyo fluir majestuoso puedo imaginar ahora en el recuerdo. Uno de esos momentos mágicos que ofrecen los viajes. Quizás algún día volvamos allí juntos (sí, os lo digo a vosotros).

viernes, 24 de julio de 2009

La melancolía de los ríos


Claude Monet, Nenúfares


Cuenta Álvaro Cunqueiro en Tertulia de boticas y escuela de curanderos que, desde Plinio, "la contemplación de un curso de agua es medicina contra la melancolía, contra los melancholicae vertigines, contra los vértigos de la melancolía que perturban los sentidos".

Dejas de leer y te vienen a la memoria imágenes de ríos en los que te has bañado de niño o has vuelto a visitar con la ilusión de reencontrar algo ya perdido. El fluir del agua, el misterio de su vida interior, el hermoso paisaje vegetal que los acompaña, te invitan a suspender por un momento el tiempo y a convertirte, como hechizado, en un elemento más del paraje, como el insecto que flota entre los juncos o la hoja que se mueve enloquecida en un torbellino de la corriente.


Benjamin Williams Leader, An English River in Autumn


Nada reconforta más tras una caminata que introducir las manos en un río de aguas frías. Nos habla Cunqueiro de un médico que recetaba a sus pacientes tramos concretos de ríos de Inglaterra, Gales o Escocia para combatir su bilis melancólica. E, incluso, de cómo "a ciertos melancólicos no les hacía falta el agua, que lo que los curaba era solamente el rumor del río". Quien ha estado alguna vez solo en mitad de sus aguas sabe de qué rumor se trata.

Quizás esa cura para sus males es también la que busca Fernando, el protagonista de Los ojos verdes, la hermosa leyenda becqueriana, quien se acerca al abismo de las aguas llamado por una ninfa de brazos delgados y ojos brillantes que le promete "un lecho de esmeraldas y corales."


John William Waterhouse, Hylas and the Nymphs